jueves, febrero 28, 2008

Esto es puro cuento

Mi tío de Lima.
Por Hebe Uhart.

¿Con quién vives ti?
–Con mi mamá, mi papá y mi abuelita-dije.
–Ve a llamar a tu mamá, ¿quieres? Dile que vino José Mazzini de Lima.
Observé que la fórmula peruana para pedir una cosa era diferente : él no quería decir si yo quería ir a llamar a mi mamá, era como si dijera: “Quiero que llames a tu mamá con tu consentimiento”, pero disentir era imposible.
La voz era rica, plena, suave. No era una voz de argentino. Era como si brotara de algún lugar profundo dentro de él y como si vibrara un poquito en su cuerpo.
–¡Vino José Mazzini de Lima!
–Abrí la puerta del comedor –dijo mi mamá.
Ella se acomodó el pelo y acomodó una silla. Estaba nerviosa: hacía 40 años había llegado el tío Pipotto de Lima justo el día en que se escaparon los chanchos. Ahora este tío y el comedor estaba desordenado,
–¡Sacá esos trapos! ¡No servís para nada!
Habitualmente esa observación me irritaba, pero esa vez no me afectó; venía un pariente de Lima y por eso mismo iba a esconder los trapos en un lugar insólito: detrás de un jarrón de porcelana; ojalá que se asomaran un poco.
Finalmente mi mamá salió, ya con cara de recibir visita. La cara de visita era para todos igual: afable, cortés, casi siempre desenvuelta, como si de antemano descontara que iba a recibir un gran placer. Con esa misma cara recibía a una amiga íntima y también a la señora de Bastión, que tenía un hijo mogólico de 40 años y explicaba minuciosamente cómo le cortaba la carne en pedacitos para que no se atragantara. Salió a la calle y dijo:
–¿Qué tal? –como si lo hubiera visto hace un año. Mi tío de Lima, con la voz un poco emocionada, con un leve matiz de duda para que la emoción fuera después más plena y el encuentro más histórico, le dijo:
–Tú eres Emilia, ¿ya?
–Y tú José -dijo mi mamá hablando de tú seguramente por contagio. Nunca la había oído hablar de t y pensé que a lo mejor lo haría en otras oportunidades que yo desconocía.
Se abrazaron y José tenía los ojos brillosos. Entonces mi mamá dijo:
–A ver…Vos sos hijo de Cayetano.
–No –dijo-, de Juanito. Cayetano tuvo dos hijos: uno volvió a Italia y el segundo, Marcos…
–Pero es cierto –dijo mi mamá un poco fastidiada porque se había equivocado- ¡Qué tonta! Si sos hermano de…
Cuando se estableció bien la filiación, lo invitó al comedor a sentarse en unas sillas duras, altas e incómodas. Mi tío de Lima se sentó sin reparar en ellas como si una silla fuera un obstáculo útil para sentarse, y siguió muy emocionado.
–¿Y la tía Teresa? –dijo.
No dijo “la tía”, dijo algo así como “la zia”. Claro, resulta que era sobrino de mi abuela. Pero mi abuela estaba en su pieza, sentada en su cama rezando, acomodando todas las estampitas como para un solitario y no sabía que había venido un sobrino. Ella acomodaba todas las estampitas sobre la cama, les rezaba y las cambiaba de lugar de acuerdo con algún orden.
Ella rezaba para todos, pero quién sabe si se acordaba de ese sobrino.
Mi mamá dijo:
–Un momentito, le voy a avisar. Quedate con el tío José.
El tío José me sonrió y me contó cómo había venido.
Mi mamá no fue alborozada a decirle a mi abuela que había venido José; fue para ver si la abuela tenía las estampitas en orden sobre la frazada y para peinarla. Con el apuro, el peinado y es precipitación, mi abuela no entendía de qué se trataba. Sólo que era alguien de Lima. Mi abuela hizo un gesto como diciendo: “Justo ahora”. Estaba por la oración de San Francisco. Estaba atrasada en el rezo y ya venía atrasada del día anterior. Además quería estar con cierta majestad en la cama y sentía en ese momento que no tenía ninguna majestad, se sentía un poco débil. Mi mamá le puso colonia y mi abuela revivió. Le pidió a mi mamá que saliera y la dejara sola un minuto para prepararse para la visita. Mi abuela era imperiosa; tenía la nariz larga y afilada y la mandíbula sobresaliente; llevaba la boca siempre apretada y era flaca. Ella decía siempre:
–Pónelo cua. Pónelo la. Torna cuesto. Porta vía. Mete cuesto in la. Guarda cua. Tapa il sole. Ve in casa. Prego, levanta la stampa. Sta in calma.
Después entró mi tío de Lima a la pieza de mi abuela, y otra vez la filiación. Con mi abuela fue más largo el asunto; dijo que sí, que comprendía, pero me parece que dijo que entendía porque ya iba para largo. La verdad es que mi abuela, por tratarse de ella, hizo mucha alharaca. Ella también tenía una voz para las visitas y una amabilidad distinta, pero siempre como si el centro fuera ella. Ella sabía que era una anciana venerable que había vivido y trabajado duramente: no
esperaba más que laureles y siempre cosechaba laureles y rosas de las visitas. Pero esta vez era diferente: le pidió a mi mamá estar a solas con su sobrino de Lima y mi mamá vio la parte práctica del asunto, que era hacer la comida, mandarme al almacén, etc. Todo esto era normal. Lo que no era normal era lo que se oía desde la pieza de mi abuela. MI abuela lloraba con la voz quebrada, como si le hubiera salido una voz finita, de viejita femenina, con agudos estridentes que nunca le había escuchado.


Se estaba confidenciando. Era una voz de víctima y de prima dona, a veces de pajarito. José le decía “tía” como si la hubiera visto toda la vida y le preguntaba cosas en italiano con esa voz rica y peruana. MI abuela se había olvidado del italiano en a Argentina y siempre dijo que a ella Italia no le iba ni le venía. El italiano que ella hablaba era un idioma propio, una mezcla, y cuando tena que hablar con unas amigas italianas, decía todo que sí para abreviar, pero la mirad no entendía. Pero ahora con el sobrino ella quería hacerse entender y él le hablaba un italiano perfecto y ella lo entendía. No se oían órdenes ni aseveraciones como de costumbre. A veces parecían lamentos, recuerdos. La voz de él era serena, un poco grave. Oí que mi abuela le preguntó:
–¿Il tuo padre vive ancora?
Preguntó con una voz humilde y temerosa, pero ya más en confianza, no con voz amable de visita, sino como si fuera un sobrino que ella viera cada tanto.
–No –dijo él-, papá falleció en el 50. ¿A ver? Espera. Sí, digo bien, en el 50 porque…
Lo dijo en tono neutro, objetivo, como si recordara la fecha de la muerte de un presidente.
–Ah –dijo medio desconcertada mi abuela-. ¿Y Caetán?
–Caetán falleció de joven, cuando la fiebre amarilla, espera, a ver si me equivoco… pero no, fue en el 18 –sorprendido-. ¿No lo supiste, pues?
–¡Emilia, Emilia! –dijo mi abuela llamando a grandes voces a mi mamá-. ¡Ha morto Caetán!
Se echó a llorar tapándose la cara con las manos. Yo nunca la había visto llorar a mi abuela. Mi mamá estaba haciendo tallerines y a salsa se estaba por quemar.
–Y claro, mamá –dijo mi mamá-. ¿No te acordás de que ya avisaron? Yo tengo la idea de que avisaron.
Y le habló por lo bajo a José, diciéndole que a mi abuela le fallaba un poco la memoria. Mi abuela agarró la estampa de San Cayetano; como no veía casi nada hizo un esfuerzo para mirarlo bien a ver si era, y
mientras, lloraba, pero no ya con esos sollozos impactantes, sino que se le lloraba.
Después vino otra vez mi tío de Lima a comer a mi casa Ese día habían puesto un mantel de supergala que yo no había visto nunca puesto y la mejor vajilla. Yo jamás había visto todo el despliegue junto. Mi abuela se mostró amable, lo suficiente, y correctamente cariñosa.
Después que mi tío se fue, mi abuela, más imperiosa que de costumbre empezó a decir:
–Mételo cua. Guarda cuesto la. Súbito el trapo, ve.
Este cuento pertenece a la antología Camilo asciende. publicado en: La Nación.

Hebe Uhart: Premio Konex 2004: Cuento: Quinquenio 1999-2003. Nació en Moreno, Buenos Aires, en 1936. Novelista y narradora. Profesora de filosofía, egresada de la Universidad de Buenos Aires. Entre sus obras figuran Dios, San Pedro y las almas (1936), La gente de la casa rosa (1970), El budín esponjoso (1976), La luz de un nuevo día (1983), Mudanzas (novela, 1985), Camilo asciende (1986), Memorias de un pigmeo (1990), Guiando la hiedra (1997) y Señorita (relato, 1999). Libros publicados“Dios, San Pedro y las almas”, ed. Menhir, Rosario, 1962 (cuentos) “Epi, Epi, Pamma sabhactani”, ed. Goyanarte, Buenos Aires, 1963 (cuentos) “La gente de la casa rosa”, ed. Fabril, Buenos Aires, 1970 (cuentos) “El budín esponjoso”, ed. Cuarto Mundo, Buenos Aires, 1976 (cuentos) “Memorias de un pigmeo”, Buenos Aires, 1992 (relato) “La luz de un nuevo día”, ed. Centro Editor, Buenos Aires, 1983. “Camilo asciende”, ed. Torres Agüero, Buenos Aires, 1987 (novela corta) “Mudanzas”, ed. Bajo la luna nueva, Buenos Aires, 1995 (novela) Reedición en Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 1996, y en Editorial Mondadori, Buenos Aires, 1998. “Guiando la hiedra”, ed. Simurq, Buenos Aires, 1997 (cuentos) “Señorita”, ed. Simurq, Buenos Aires, 1999 (novela breve)
Proximamente, "Hotel Quequén II. Narrativa", incluye un cuento de Hebe Uhart.

12 comentarios:

Anónimo dijo...

Hebe, Genia del mundo!

Anónimo dijo...

Perdón, Hebe, la idea del cuento es realmente muy linda, pero de su lectura me quedó una duda flotando grávidamente en el aire cuál pompa de jabón: ¿Estás segura que aquel tío italiano José Mazzini del que hablas es de Lima? ¿No sería de Génova?

¿Es casual o deliberada la elección del nombre del célebre nacionalista italiano que, además de masón y carbonario, dicen que fue el fundador de la Mafia? Según una versión muy popular y extendida (pero harto discutible y yo la he discutido con mejores argumentos en otro lado), el término "Mafia" sería el acrónimo de "Mazzini Autorizza Furti, Incendi e Avvelenamenti", o lo que es lo mismo, "Mazzini autoriza robos, incendios y envenenamientos".

Por otro lado, mi estimada Hebe, si bien el pensamiento y el habla están estrechamente relacionados y existe una gran diferencia estos dos y el lenguaje escrito, la misma necesidad de desarrollar ese pensamiento o de formular alguna pregunta hará que el hablante traslade esa necesidad a la estructura que es propia de su lengua, aun cuando posea un vocabulario limitado.

Una abuela italiana, al inquirir sobre un pariente del que hace mucho no tiene noticia, es natural que desee saber si vive o está muerto. Pero en ese caso en vez de preguntar "¿Il tuo padre vive ancora?", preguntaría: "tuo padre è ancora vivo?."

El modo de preguntar de la veterana señora, tal como aparece en el cuento, no es el de una hablante italiana, sino de una hablante española que quisiera trasladar su pensamiento o pregunta a una estructura de lenguaje que no es la propia, en este caso, el italiano.

Si bien es cierto que en ambas lenguas la estructura de las preguntas es casi similar, en el italiano, a diferencia del castellano, no se usa el signo de interrogación de apertura o inicial, solamente el de cierre o final. En castellano, en cambio, los signos de interrogación (¿?) directa sirven para representar en la escritura, la entonación interrogativa de un enunciado. Son signos dobles, pues existe un signo de apertura y otro de cierre, que deben colocarse de forma obligatoria al comienzo y al final del enunciado correspondiente, mientras que en italiano, el contexto y la entonación indican el inicio del enunciado.

Lo mismo puede decirse respecto a los signos de admiración (¡!), en italiano se prescinde del signo que marca el principio de la admiración. Por ejemplo, cuando la abuela inquiere sobre la suerte corrida por su pariente Caetano o Gaetano (ese sería el nombre en italiano, no Caetán), el tío de Lima le responde que ha muerto. Entonces la abuelita, desesperada, llama a su hija exclamando: "–¡Emilia, Emilia! –dijo mi abuela llamando a grandes voces a mi mamá-. ¡Ha morto Caetán!".

Aún cuando la tierna abuelita fuera una italiana sencilla e inculta hubiera expresado así su dolor: "¡Emilia, Emilia! –dijo mi abuela llamando a grandes voces a mi mamá- Caetano è morto!".

El tío de Lima le dice a la abuela que Caetán (Caetano, Gaetano) murió en el año 18 (supongo que en 1918) de fiebre amarilla. En 1918, efectivamente, hubo una epidemia de fiebre amarilla en Perú, pero en Iquitos, no en Lima. Claro que es posible que Caetán hubiera contraido la enfermedad en Iquitos y muerto en Lima, pero no aclara dónde murió ni dónde pescó el mal. En Lima hubo una epidemia de fiebre amarilla, pero no en 1918, sino cien años antes, en 1818. No puede ser esta la epidemia a que hace referencia el tío José Mazzini, donde el infortunado Caetán perdió su vida, porque eso sería un grave anacronismo.

Al final del cuento, Emilia le dice al tío de Lima por lo bajo que a la viejita le falla la memoria (algo así como que no le enrosca bien el tornillo), pero, para mi, más que fallarle la memoria, directamente está amnésica o le lavaron el cerebro, solamente así se explica que haya olvidado totalmente el modo de estructurar las preguntas en expresiones de su lengua materna que son de uso común.

Lo peor es que ni siquiera puede decirse que esta forma de transliterar el habla coloquial del italiano sea un cocoliche, esto es, una jerga híbrida hablada por aquellos inmigrantes italianos que mezclaron su habla inculta con el español, nuestros queridos tanos. Esa jerga es la que le da tono y colorido al grotesco criollo o al sainete.

Justamente, Cocoliche fue un personaje cómico inventado por el actor Celestino Petray que un día se presentó en escena hablando como había oído hablar a un humilde peón italiano del circo de los Hermanos Podestá, Antonio Cuccoliccio. Petray presentó así a su personaje cómico: "Mi quiamo Franchisque Cocoliche e sono creolio hasta lo güese da la taba e la canilla de lo caracuse, amico."

En la letra del tango La Violeta de Nicolás Olivari, cantada por Don Carlos Gardel, nada menos, leemos:

E...! La Violeta, la va, la va, la va...
La va sul campo che lei si sognaba
Ch'era su gigin, que guardandola staba...


Nótese aquí que Olivari usa el signo de admiración final porque el poeta sabía bien que, como he dicho, en italiano el contexto y la entonación marcan el inicio del enunciado.

Quizás alguno/a pueda creer que estoy atacando ahora a Hebe Uhart y se sienta obligado a salir en su defensa arguyendo que tales minucias no afectan a la buena factura ni a la estructura del cuento. Para que no se agite en vano, le daré la razón por anticipado y lo dejo contento. Es cierto, no afecta a la estructura, el cuento está bien confeccionado, pero la que está afectada es la estética o belleza formal del cuento.

Para que se entienda hacia adónde apunta mi observación, daré este sencillo ejemplo: es como si en un buen traje hecho a medida al modista (no modisto) o la modista se le hubiera olvidado quitar algunos rastros de las operaciones de su cosido a mano o hilvanado. Un traje así confeccionado, deja mucho que desear por la tosquedad en el ajuste y el acabado de una prenda fina.

Una verdadera lástima, Hebe, pero es perdonable. Lo que me parece imperdonable es que el suplemento literario del diario La Nación (¡Perdónalos Mallea, no saben lo que hacen!) no tenga un corrector perspicaz (no hablemos de su actual director) al que fallas tan notables no se le pasen por alto.

A Sigamos Enamoradas, consigan también un buen corrector. Hay varios errores de tipeo, no muy graves, excepto aquel muy grosero que figura en los datos bio-bibliográficos de la autora. Dice: Hebe Uhart... Nació en Moreno, Buenos Aires, en 1936... Entre sus obras figuran Dios, San Pedro y las almas (1936)... Superó a Cecilia Romana en precocidad. Esta, apenas nacida, escribió un poema; aquella escribió y publicó un libro el mismo año de su nacimiento. Otro botón de muestra: "Mi mamá estaba haciendo tallerines y a salsa se estaba por quemar." "Tallerines", "a salsa".


Ustedes deberían aprender del ejemplo de Bill Gates que contrata a los mismos hackers que vulneran su sistema para que detecten las fallas de su software. De igual modo, ustedes podrían contratarme para que detecte las fallas literarias, sutiles o groseras. Por ahora lo hago gratis para que no me confundan con un mercenario. Y, como siempre, no agradezcan, lo mío es un humilde apostolado.

Anónimo dijo...

Cuidadito Ojo de Lince, Hebe fue mi profesora en la UBA. Justamente lo que estás observando como "defectos" de su estilo, diría que son sus características más salientes. Conozco a Hebe personalmente y también a su obra, por eso sé que ella trabaja sus cuentos con una absoluta despreocupación por cuestiones de tipo formal, sean históricas o lingüísticas. Hebe trabaja sus cuentos buscando la esencialidad de las cosas, no la solemnidad de las formas. Rescata, desde mi parecer, la lengua de los inmigrantes a partir del recuerdo personal. No le pidas que reconstruya esa lengua desde lo gramatical, porque ella la reconstruye desde el recuerdo. Escribe como esa lengua le sonaba a sus oídos, ¿se comprende? Lo que señalaste es muy interesante (p. e., no sabía que José Mazzini era un nacionalista italiano al que se vincula con la Mafia, tuve que buscar en mi diccionario y lo que dices del italiano me pareció interesante también), pero no creo que Hebe tuviera en mente al José Mazzini histórico cuando decidió llamar así a su personaje. Ella no tiene en cuenta los sucesos históricos, sino los hechos cotidianos que a vos, a mi o a cualquier hijo de vecina nos suceden. Los hechos sucedidos, más que los sucesos, aquello que quizás le contó alguien en algún momento de su vida es la materia narrativa con que construye sus relatos. Quiero decir que ella escribe desde la experiencia cotidiana, desde las cosas diarias que a todo el mundo le sucede, cosas que ella escribe de un tirón. ¿Sabés una cosa? Lo que decís sobre dejar huellas desprolijas en su escritura es parte de su estilo. Ja, ja, me reí tanto con el ejemplo del modista (no modisto) o la modista, porque sé que a ella no le disgustaría esa asimilación. Una vez la escuché comparar el arte de escribir un cuento con el corte de un vestido, si no te sale bien de una, chau, a otra cosa, no sirve. Su estilo es sencillo y espontáneo. Esta sencillez hace que algunos piensen que es una escritora naif. Nada que ver. En Hebe hay "una mirada ingenua", en apariencia, a la que no llamaría "naif". Es una especie de Ojo de Lince. Sí, no te pongas celoso, ella "se hace la ingenua", pero no es ingenua, en ningún sentido. Ojo de Lince, no te hagas, no creo que le pidas a un escritor que sea "prolijito". ¡Vamos! Eso no te lo creo ni aunque me lo jures sobre una biblia, porque me acuerdo de algunos gustos literarios tuyos que no son "modelos de perfección" (Bukowsky, Carver, etc.). Estoy convencida que decís todas estas cosas sin verdadera convicción, solo para provocar, irritar, fastidiar, hacer pensar, divertirte gratis, etc. Tus observaciones extrañas: ¿Una suerte de mayéutica linceana? ¿Una forma de medir la inteligencia o la agudeza de ingenio en otros? Te encanta provocar, hacer marañas con los ovillos, patear los tableros, poner todo patas para arriba, embarrar la cancha, pero, advierto que, por debajo de tu aparente labor destructiva, hay un intento de incitar a que se lea más profundamente. ¡Qué placer sería que alguien leyera lo mío tratando de descubrir cosas que no tuve en cuenta al escribirlas, cosas que tal vez leí o escuché en algún momento, pero que me las olvidé, sin embargo, reaparecen en la escritura, están ahí, de manera misteriosa e inexplicable.
¿Quién sigue ahora? ¿Marina S.?

Anónimo dijo...

Totalmente de acuerdo con María Lidia, cito: "sé que ella trabaja sus cuentos con una absoluta despreocupación por cuestiones de tipo formal, sean históricas o lingüísticas." Cosa que para alguien que se dice escritor/a es no sólo inconcebible sino también imperdonable. Luego, esa supuesta "esencialidad" que vaya a saber qué es, en la literatura se manifiesta en el texto, la "forma", además de que no tiene porque ser solemne, sobre todo no es algo que va separado de un "contenido". Esta división sigue siendo como un mal endémico en la literatura. En cuanto a que "Rescata, desde mi parecer, la lengua de los inmigrantes a partir del recuerdo personal." Bueno, tal vez la memoria le ande fallando o los inmigrantes que conoció eran estereotipos que vio en algún teatro o película.

Anónimo dijo...

Hola Maria Lidia:

Gracias por tu amable comentario. Al respecto quisiera hacer algunos señalamientos. En primer lugar, me indicas que Hebe Uhart "trabaja sus cuentos con una absoluta despreocupación por cuestiones de tipo formal, sean históricas o lingüísticas. Hebe trabaja sus cuentos buscando la esencialidad de las cosas, no la solemnidad de las formas."

A esto me refería, precisamente, en mi comentario. Encuentro en este cuento (y también en algunos otros) de Hebe Uhart una "despreocupación por cuestiones de tipo formal", para usar tus propias palabras, que a mi juicio, más que despreocupación, es una absoluta falta de disciplina formal para narrar. Carecer de disciplina formal me parece imperdonable.

Cuando hablo de disciplina, no me refiero a un método rígido e inflexible para narrar, sino a un conjunto de normas y técnicas que deben regir la actividad narrativa o la organización de un cuento.

Más allá de que a ti te ha parecido cómica mi comparación con una modista que deja huellas de su hilvanado en una prenda de alta costura, lo que quería hacer ver al trasluz de esta imagen es que se estaba ante una escritora que no es una artesana disciplinada, vale decir, alguien que trabaje diligentemente su materia narrativa.

Estoy de acuerdo contigo (o con Hebe) respecto a que el cuento debe salir bien de entrada. Si el cuento, por alguna razón no prevista, no sale bien desde un principio, lo aconsejable es empezarlo de nuevo por otro camino o desecharlo como algo inservible, porque escribir un cuento que no quiere ser escrito es como forzar a que te ame a alguien que no te ama.

Por supuesto, en el borrador de un cuento pueden corregirse multitud de detalles y el estilo debe ser minuciosa, cuidadosamente pulido. Pero, por lo general, la pieza entera se salva o no se salva. En eso no hay matices: es un cuento bien narrado o un cuento mal narrado.

La escritura de un cuento es tan drástica como la cocción de un alimento: si el breve y elemental proceso de preparado y cocción no sale bien, si está pasado de sal o de cocción y se ha quemado, todo queda arruinado, entonces, es mejor despedirse del asunto y pasar a otra cosa.

Un cuento, al igual que un poema o una novela, si ha de convertirse en libro, debe ser una construcción equilibrada. Toda gran obra literaria es una construcción equilibrada, bien por el equilibrio de sus partes, bien por la subordinación de esas partes a la permanencia de un motivo central.

La disciplina formal y el estilo son consustanciales. Lo primero que llama la atención en los cuentos o novelas mediocres es la ausencia de forma, con sus lamentables consecuencias que pueden redundar en diálogos extensos y gratuitos, digresiones indigestas e inútiles, descripciones insuficientes o, por el contrario, demasiado "prolijas". Tienes razón, no exijo de un escritor que sea "prolijo". Exijo que sea disciplinado o conocedor de su oficio.

Estás confundiendo disciplina formal con prolijidad y eso no tiene nada que ver. Alejo Carpentier decía que "el escritor de raza se reconoce en el hecho de que se impone disciplinas".

Habría que insistir en que el cuento es una disciplina regida por un pequeño pero rigurosísimo repertorio de principios técnicos. Y recordar que muchos de los mejores cuentistas de la historia no estuvieron interesados en escribir novelas o lo hicieron sin mucho acierto, como Poe, Quiroga, Chejov, Arreola, Felisberto Hernández, Borges, Carver, Cortázar, Flannery O’Connor, Monterroso, etc.

También convendría machacar en la idea de que el cuento es discernible como forma literaria específica e independiente de los otros géneros. Es cierto que muchas historias nacieron cuento y terminaron novela. Como ocurre en Cortazar, Faulkner, García Márquez, Kafka, Bolaño, etc.

Un escritor que escribe un cuento o un poema de un tirón, que no lo trabaja, no lo revisa, no lo corrige, no lo modifica, es un pésimo escritor. La originalidad del cuento no reside en el relato sino en la capacidad organizadora de aquel que lo cuenta.

Entiendo la disciplina del escritor, para que quede claro, como el esfuerzo y la perseverancia en la búsqueda de posibilidades del lenguaje, la revisión crítica, responsable y constructiva de sus producciones, la disposición para acordar, aceptar y respetar reglas para los intercambios comunicativos de sus personajes, sobre todo, si estos son hablantes extranjeros.

El cuentista clásico o moderno trabaja su relato como si se tratase de pulir un diamante. Incluso el tradicional. El autor del Panchatantra o el de Las Mil Noches y una Noche, es tan detallista, cuidadoso y minucioso para narrar como un cuentista o narrador moderno. Todo narrador de talento, procura elaborar una pieza perfecta en la que los detalles ni sobren ni falten.

Disciplina, entonces, entendida como placer por la exploración de formatos textuales. En el cuento está prohibido equivocarse.

Por otra parte, la tentación de escribir un cuento perfecto de un tirón es confiarse demasiado en esa fantasmagoría poética llamada "inspiración".

Picasso respondió una vez que sus mejores cuadros eran producto de esta fórmula: "5 % de inspiración y 95 % de transpiración".

La inspiración puede darte el impulso o la imagen inicial, pero no la obra de arte. La obra de arte surge cuando aquella se complementa con el trabajo disciplinado.

Un artista es un trabajador disciplinado. La disciplina hace la diferencia entre un gran escritor y un escritor mediocre.

Un escritor apresurado en dar a conocer su obra, antes de haber completado todo el proceso de escritura, apurado quizás por compromisos editoriales (para la entrega de un libro prometido o pactado o para mandarlo a algún premio), se arriesga a quedar como un autor mediocre.

También me dices: "Rescata, desde mi parecer, la lengua de los inmigrantes a partir del recuerdo personal. No le pidas que reconstruya esa lengua desde lo gramatical, porque ella la reconstruye desde el recuerdo. Escribe como esa lengua le sonaba a sus oídos, ¿se comprende?".

No, María Lidia, la verdad es que no te comprendo. He nacido en una provincia y vivo en otra donde abundan los colonos e inmigrantes, los gringos como muchos argentinos o latinoamericanos; soy hijo y nieto de gringos tanto como de criollos; ser mestizo, híbrido, es condición de todo nacido en América del Sur.

Mi memoria tiene recuerdos fieles del habla de mis mayores. Si la memoria no es fiel, es una traición. Si Hebe Uhart escribe desde el recuerdo, modificándolo, entonces traiciona a la memoria.

Eso de que Hebe Uhart también escribe "desde una mirada ingenua" o se "hace la ingenua", bueno, es bastante discutible. A mi me impresiona como una escritora naif, ingenua. Esto no significa que se "haga la ingenua".

Naif como todo el mundo sabe, es una palabra de orígen francés que designa lo ingenuo, sencillo o candoroso. Hebe Uhart es naif, ingenua, no tanto por sus temas, sino por el empleo de un lenguaje ingenuo y simple (lo que estaría bien para Corín Tellado), que casi roza lo insustancial; también es ingenuo su arte narrativo porque carece de una disciplina formal.

Tú misma, conociéndola, admites que ella escribe libre de convenciones, quizás como un intento de mantener a su narrativa incontaminada, próximo a sus orígenes de inocencia creativa y al margen del circuito artístico- social, y esto, como actitud artística, es ingenua.

Cuando sostengo que Uhart es naif, quiero significar que más un estilo adoptado conscientemente, es un arte poco apegado a la disciplina formal. Esto no quiere decir que carezca de técnica ni de recursos narrativos, sino que no es una artista diligente que elabora poco o insuficientemente su materia narrativa.

Vuelvo a Picasso. Como muchos pintores de vanguardia, se interesó en lo naif, en lo espontáneo, en lo ingenuo y sencillo, como el arte de los niños (el pintor malagueño aspiraba a pintar como los niños o los primitivos), el arte popular, el arte primitivo e intuitivo de los africanos, pero, ¿quién en su sano juicio puede afirmar que Picasso no era un pintor formalmente disciplinado en su arte?.

Ser disciplinado en el arte es lo que se llama tener oficio. Esto no significa que se carezca de sencillez, simplicidad, espontaneidad, frescura. Si no hay espontaneidad, frescura, un cuento se malogra tanto como cuando le falta disciplina formal. Un ejemplo de lo que afirmo es el excelente cuento de Isaac Bashevis Singer, "Gimpel el Tonto".

Aquí el personaje central es un palurdo, un simplón, al que todo el mundo le toma el pelo, le juega malas pasadas, pero el narrador no es ingenuo. Relata un cuento desde la perspectiva de un ingenuo, sin ser él mismo un ingenuo.

Un cuentista debe ser un artista completo. Artistas como Henri Rousseau, el Aduanero, Cándido López o Florencio Molina Campos, llegan a una expresión formal muy próxima al naíf aunque son artistas formalmente disciplinados. Por esto son grandes maestros de la pintura.

En todo caso, más que pintores ingenuos o naif, deberían llamarse, más propiamente, ingenuistas, vale decir, maestros pintores que utilizan las técnicas y la estética de los verdaderos pintores ingenuos, los niños y los artistas intuitivos y primitivos.

Pero Hebe Uhart no es ingenuista, es realmente, ingenua, vale decir, alguien que carece de disciplina formal, digámoslo así, para ser benévolos. Y esto se ve en otros cuentos, por ejemplo, en "Leonor" o "Él" que, a mi juicio, no son buenos cuentos.

En tu comentario, Maria Lidia, observas algo que, si es cierto, es lamentable. Me refiero a aquello que sostienes cuando dices que "ella [Hebe] no tiene en cuenta los sucesos históricos, sino los hechos cotidianos que a vos, a mi o a cualquier hijo de vecina nos suceden. Los hechos sucedidos, más que los sucesos, aquello que quizás le contó alguien en algún momento de su vida es la materia narrativa con que construye sus relatos. Quiero decir que ella escribe desde la experiencia cotidiana, desde las cosas diarias que a todo el mundo le sucede, cosas que ella escribe de un tirón."

Hummmm, María Lidia... El cuento puede ser un relato verdadero o falso y no cabe duda que es una historia que se basa tanto en lo real como en lo imaginario. Esto indica que algunas historias pueden estar basadas en la realidad y otras ser productos de la imaginación. Las historias del "Decamerón" o de los "Canterbury Tales", por ejemplo, pueden reflejar la vida cotidiana de entonces, pero son historias ficticias, producto de la invención del cuentista.

La capacidad inventiva es uno de los elementos que entran en juego; el poder de la palabra, otro. Si Hebe Uhart pretende convencerme, como lector, que el personaje de la abuela representa una venerable señora italiana, radicada largamente entre nosotros, entonces, debe darle a su personaje, aunque sea ficticio o imaginario, cierto toque de realidad, por ejemplo, cuidando que el habla de su personaje sea propiamente el de una inmigrante, no el de un hablante que remeda a un italiano, alguien que piensa en castellano y traduce sus ideas en italiano.

El escritor puede confiar que habrá de contar siempre con lectores ingenuos que la lean sus cuentos sin ningún sentido crítico y no reparen en cosas tales como las que acabo de señalar, pero no puede pretender que la lean del mismo modo quien es un lector crítico.

A mi juicio, "El tío de Lima" no es un buen cuento porque no está narrado con una expresión precisa y cuidadosa.

Seguramente este poema Nahuatl, recogido por Miguel León Portilla en su "Literatura del México Antiguo", te explicará mejor que yo a qué me refiero:

El narrador:
donairoso, dice las cosas con gracia,
artista del labio y de la boca.

El buen narrador:
de palabras gustosas, de palabras alegres,
flores tiene en sus labios.
En su discurso las consejas abundan,
de palabra correcta, brotan flores de su boca.
Su discurso: gustoso y alegre como las flores;
De él es el lenguaje noble y la expresión cuidadosa.

El mal narrador:
Lenguaje descompuesto,
Atropella las palabras;
Labio comido, mal hablado.
Narra cosas sin tino, las describe,
Dice palabras vanas, no tiene vergüenza.

Anónimo dijo...

Perdón el comentario que precede es de Ojo de Lince, no tildé la opción de Nombre/URL y quedó como anónimo, pero me hago responsable del comentario donde respondo a Maria Lidia. Gracias

Anónimo dijo...

Hola Ojo de Lince.


Puedo asegurarte que Hebe Uhart es muy rigurosa con su trabajo. Si escribe algo que le parece que no está logrado, tiene la honradez de admitirlo y descartarlo; tiene por norma no seguir adelante con un cuento que no le ha salido bien de movida. Hebe Uhart es una importante figura de nuestra narrativa, te guste o no. Es probable que la impresión de que su lenguaje es naif provenga del hecho de que en sus cuentos hay personajes que son hijos o nietos, niños o adolescentes, y que ella transcribe usos y modismos coloquiales que son registros del lenguaje de los más jóvenes. Pero los cuentos de Hebe no son infantiles, no puede decirse que escriba cuentos para niños o adolescentes como Graciela Montes o Poldy Bird, por ejemplo. En sus cuentos hay una temática adulta, una crítica a ciertos valores perimidos en que fuimos educados, la lucha por el ascenso social, el famoso estatus, los costos morales que implican, la inmigración, los criollos, la experiencia del viaje del campo a la ciudad, el recuerdo infantil, los cambios y choques generacionales, etc. Y también encontramos una saludable dosis de humor. En el prólogo a "Camilo asciende y otros relatos", Elvio Gandolfo hace un recuento de todos los registros del habla en los cuentos de Hebe y dice: "El mundo de Hebe Uhart, que con tanta nitidez aparece en estos relatos, es abundante, colectivo o absolutamente personal, nunca psicológico en el sentido tradicional, novelístico. Desde la primera persona, o desplegando múltiples vidas ajenas, siempre está mirando hacia fuera. Le ha dado a la literatura argentina decenas de personajes emocionantes, inolvidables, que establecen al hablar, al actuar, al tener sentimientos por otros, una manera de existir, de resistir, de no entregarse. Incluso algún ser que no habla, como esa isoca que se queda a escuchar el divague teológico y palabrero de un predicador mientras afuera llueve. Pero que en cuanto la lluvia para, se toma el olivo, silenciosamente."

Coincido con Gandolfo respecto a que Hebe ha dado a la literatura argentina, decenas de personajes entrañables e inolvidables; en este sentido, no puede negarse que, como narradora, se encuentra unos cuantos puntos más arriba del nivel de Corín Tellado (¡por favor, qué tiene que ver con esta autora comercial!). Hebe se mantuvo apartada de los circuitos comerciales, publicitarios, capillismos literarios y desarrolló su trabajo en el más completo silencio, tanto que, según Elvio Gandolfo, su obra conoció “un anonimato casi perfecto”. Espero haberme explicado mejor que en el comentario anterior. Saludos

Anónimo dijo...

Hola Hebe: La botella lanzada al mar llegò a su improbabilìsimo destino. Mi email es:

eduardomazzinio@hotmail.com

Me conmoviò tu cuento, pero, naturalmente, no por motivos literarios. Este no es mun comentario al cuento en sentido literario; es una de las formas que el destino se ingenia para que ocurra lo imposible. Es decir, que el azar no existe...

Escríbeme para escribirte

Tu primo de Lima

Eduardo Mazzini Otero

Anónimo dijo...

me puedenn pasarr el resumennn alguiennn porrr ffffaaaaaaaa

Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

Hola, disculpen el narrador de este cuento de que genero es? Masculino o femenino?