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domingo, octubre 11, 2015

Segundo encuentro En Olivos, con Marcelo Delgado y Cristina Piña (resumen)


Marina Serrano, Cristina Piña, Marcelo Delgado y Cecilia Romana

Vídeos:
Diego Di Vincenzo y Martina López Casanova

https://youtu.be/aROxDHlQBho


https://youtu.be/8d_Q5bei-mk

https://youtu.be/qFd3TGLNYbI

https://youtu.be/ezs-cRiHWig

https://youtu.be/z_R5TBgbnb4

https://youtu.be/9nabd78EDz0



Sigfrido Quiroz Tognola y Amalia Gieshen



Marina Serrano, Marcelo Delgado y Cecilia Romana (y en el fondo, mirando el libro, Rubén Albornoz)


Marcelo Delgado y Helena Martínez D´Auro





viernes, junio 26, 2015

Cristina Piña en vivo

En el festival de poesía del Centro Cultural de la Cooperación

https://www.youtube.com/watch?v=sM6I_L46yA0

http://youtu.be/5o56kTAvmLg

http://youtu.be/dbKZxt_CIqI



lunes, marzo 10, 2014

Cristina Piña en...


Poesía
POESÍA ARGENTINA CONTEMPORÁNEA
VARIOS AUTORES
(Vinciguerra - Buenos Aires)
La Fundación Argentina Para La Poesía, inicia con este tomo una selección a partir de la llamada “Generación del 40”, en una obra ilustrada con bibliografía, fotografías, notas críticas sobre los autores. Así, apreciamos la feliz convivencia entre modernidad y tradición en la poesía de Norberto Corti. La poesía que canta a Buenos aires junto a los últimos retazos de la bohemia en Rubén Derlis; a Liliana Díaz Mindurry transitando desde la meticulosidad severa, hasta la libertad absoluta en búsqueda de la belleza; a Miguel Ángel Federik y sus imágenes, celebraciones y claroscuros oníricos; a María Rosa Lojo y su tránsito de la realidad –cuyos entornos se difuminan- a un estadio superior por obra y gracia de su talento y oficio abrevado a veces en su memoria y otras en su brillante imaginación; Eugenio Mandrini y su poesía elocuente, desordenada y fastuosa, arañando con virtuosa prolijidad los cánones del surrealismo inspirado en subyacencias rioplatenses y tangueras.

En sus poemas, Cristina Piña, transita el desasosiego existencial con sus vaivenes, con la angustia que disemina lo fugaz, para luego llegar a una sobriedad pausada de notoria jerarquía. Claudio Félix Portiglia ronda lo cotidiano pero preocupado en la universalidad del hombre, desde la palabra justa generadora de imágenes y verticalidad anímica. Fernando Sánchez Sorondo nos deleita con su poesía resumen de vida, esencia del sentimiento, desprovista de contingencias y de adornos. Desde una otredad que la transfigura, exalta la magia de la comprensión y la lucha de las penas por aliviarse. Osvaldo Svanascini preserva la ambigüedad de los símbolos, el aliento de la profecía, la reserva de lo hermético desde su surrealismo anecdótico y talentoso. Laura Yasan- la más reciente cronológica y estilísticamente de este grupo- ostenta como mérito el don de la actualidad. Transida y dramática, elude lo inmemorial para dar cuenta de la crueldad o irracionalidad del mundo. Un libro de poesía para deleitar.
(C) LA GACETA
Horacio Semeraro


http://www.lagaceta.com.ar/nota/581995/la-gaceta-literaria/lograda-seleccion-poetas-poemas.HTML

martes, junio 21, 2011

Nuevo libro de Cristina Piña

lunes, mayo 09, 2011

Homenaje al gran Godino

(texto leído en la entrega del PREMIO FUNDACIÓN ARGENTINA PARA LA POESÍA. LUNES 9 DE MAYO, 2011 – 16:30. FERIA DEL LIBRO – SALA ROBERTO ARLT)



LA POESÍA DE RODOLFO GODINO
por Cristina Piña

In memoriam Javie Adúriz



Hay tareas que uno acepta con alegría y orgullo, pero, en rigor, sin tener verdadera noción de todo lo que implicarán en cuanto a descubrimiento, placer, ahondamiento en la belleza. Y eso fue precisamente lo que me ocurrió cuando respondí afirmativamente al pedido de Rodolfo Godino –transmitido por Lidia Vinciguerra- de que hablara hoy sobre su obra, en ocasión de la entrega de este Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía.


Por supuesto que me sentí profundamente honrada de que Rodolfo me eligiera a mí, cuando tantos poetas y críticos de la altura de Carlos Mastronardi, Basilio Uribe, Alberto Girri, Raúl Gustavo Aguirre, Javier Adúriz, Daniel Ponce, Pablo Anadón, Alejandro Patat y Ricardo Herrera han escrito admirablemente sobre él, así como alegre ante la perspectiva de volver a su poesía, sobre la que también he escrito en diversas ocasiones.

Pero lo que no medí fue el impacto interior que significaría releer casi de una sentada la totalidad de su poesía –o casi, pues volví a la incluida en Viaje favorable (1954-2004) y Asunto por asunto (2010)-, el regocijo estético, la sensación de encontrarme con nuevos niveles de significación en una obra que creía conocer y que, retomada después de casi treinta años de entrar en contacto con ella –porque leí por primera vez la poesía de Rodolfo, más concretamente Gran cerco de sombras, en 1982- no sólo me confirmó que Rodolfo es uno de los mayores poetas argentinos del siglo XX, sino que me deslumbró con nuevos destellos de sentido, de belleza y de ética de la escritura.

En efecto, una cosa fue ir conociendo uno tras otro los sucesivos libros que, tras el largo silencio que media entre Gran cerco de sombras de 1982 y A la memoria imparcial de 1995 fue publicando Rodolfo –de Centón (1997) a Lengua diferente (2004)- así como incorporar los que no conocía a través de la antología Curso del 82 y otra bien diferente releerlos todos juntos y casi, como señalaba, de una sentada en Viaje favorable y en el admirable reordenamiento que realiza el propio Rodolfo en Asunto por asunto. Si insisto en la diferencia es porque, más allá de la visión bastante clara que tenía de su obra, gracias a esta lectura advertí con más nitidez que nunca la profunda unidad que hay en su producción, tanto como las modulaciones de lo que podríamos llamar sus grandes preocupaciones –la reflexión sobre la poesía, la relación entre palabra y realidad, el valor de la memoria, la división entre la superficie del poema, que se quiere pulida y perfecta, y la oscuridad hirviente de la psique, la noción ampliada de realidad, el simultáneo terror y fascinación ante la materia, la presencia de la naturaleza, etc.- y las sutiles pero decisivas modificaciones de una poética marcada a fuego por el laconismo, el repudio de lo coloquial en sentido amplio y un trabajo obsesivo sobre la sintaxis.

En estas palabras, por necesidad breves, me propongo dar cuenta de esa simultánea percepción de unidad y modulaciones que me produjo la relectura de su obra, pero antes quiero señalar un par de factores que demuestran hasta qué punto es entrañable y cercana para mí a la poesía de Rodolfo.

La primera, tiene que ver con el hecho de que en dos ocasiones, en el contexto de un concurso, elegí, por admiración y coincidencia en cuanto a la concepción estética el libro que presentó. Un caso es público y notorio, ya que fui jurado de preselección en el Concurso del Diario La Nación de 1994 donde Rodolfo ganó con A la memoria imparcial votado unanimidad en las dos instancias del concurso: preselección y selección definitiva. El otro, secreto, porque casi 15 años antes también elegí Gran cerco de sombras entre los finalistas del premio de Mar del Plata, sólo que anónimamente, in pectore y sin incidencia alguna en el otorgamiento del premio, porque en este caso yo no era jurado sino Federico Peltzer, mi pareja de ese momento.

El segundo es menos literario pero no por ello menos significativo: también yo soy una “hija de Piscis” como diría Rodolfo, por lo que, sin duda, resuenan de manera especial en mí la música y las elecciones estético/temáticas de su poesía.

Yendo ahora a lo que he llamado las preocupaciones y rasgos centrales de la poesía de Rodolfo, creo que Pablo Anadón acierta admirablemente cuando la califica de poesía de meditación, en el sentido de poesía que “piensa el sentimiento y siente el pensamiento” que le da el poeta español José Ángel Valente. En efecto, Rodolfo no cae nunca en la anemia de la poesía que exclusivamente se limita a pensar –como es el caso de ciertos autores con los cuales se lo ha identificado erróneamente- sino que desde el comienzo de su producción y cada vez más acusadamente a partir de Elegías breves y, sobre todo, Ver a través, se permite el vuelo lírico y el temblor de la emoción, así como infundirle pasión a sus palabras, sin que ello implique ceder a los desórdenes y las trampas verborrágicas del sentimiento, sino haciéndolo a partir de una pasión por lo perfecto, que implica someter el mundo interior desbordado a la mediación entre pulsión e imaginación que implica todo poema, como lo afirma, de manera privilegiada, tanto en el “Arte poética” de Gran cerco de sombras como en el poema “Al censor” que abre A la memoria imparcial:



ARTE POÉTICA

El poema busca la mediación:

su móvil aura se anuncia

a la conciencia expandida.

Cuando el desorden refluye,

para encarnarse baja, tránsito

que no cambia ni redime:

sólo hunde la carga que transfiere. (129)



AL CENSOR

Es tan crítica la soledad

donde se cuecen

los signos personales y las rupturas

de la emoción, y tan grave

el decoro, tan torpe,

que el gesto de enviar

estos poemas abiertos

sólo quiere decir estoy vivo,

el escándalo mental encuentra límites

en la poesía, en la mesura

de razón e imaginación. (143)



Pero si el poema es esa instancia de mediación, la experiencia personal que constituye la materia del poema, está a su vez mediada por una distancia que garantiza el equilibrio y que en gran parte de su obra debe establecer, ante todo, la memoria, instancia a partir de la cual se aborda de forma privilegiada la experiencia, según ya está admirablemente anticipado en el poema “Regreso de sombras” perteneciente a su primerísimo producción que recién aparece en libro en el apartado Ensayos de Viaje favorable:



REGRESO DE SOMBRAS

No perdamos la distancia, memoria

que debes describir el leve ruido

de los convidados. (41)



Y, en efecto, en la totalidad de su producción la memoria ocupará un lugar de privilegio, en su carácter de encargada de traer la materia real al poema. Sin embargo, el cumplimiento de esa tarea no es una constante, ya que a partir de 1972 el poeta procura reemplazarla por la “mirada presente” que da título al libro de ese mismo año y que intenta sustituirla hasta A la memoria imparcial de 1995 -es decir, a lo largo de tres libros- como recurso para “preservar el mundo” en el poema, según se ve en el poema “Landscape” de La mirada presente



LANDSCAPE

La extraña ambición de preservar el mundo,

la fijación de rasgos

que incesantemente

son otros y contrarios,

oh ambigua cabeza de la princesa d’Este

sonriendo

en una iglesia solitaria.



Sujeto cambiante y débil instrumento

llevan al reino de la aproximación

donde soñando que una parte

representa al todo

siempre la constancia atrapa un matiz. (87)



Sin embargo, sin duda por la conciencia claramente manifiesta de la variabilidad del sujeto y la debilidad del lenguaje, esa mirada presente queda reemplazada en su obra posterior por la memoria, facultad que, a pesar de todo, no se idealiza, pues se reconocen –y desenmascaran- sus leyes traicioneras y engañosas, revelándola en su carácter de desvío de la mente, ficción compensatoria o fatal que burla toda disciplina, pero que más allá de eso, permite restaurar en su precariedad de impresión frágil y tamizada de emoción, la materia esquiva de la experiencia.

Ahora bien, que la memoria vuelva a recuperarse como factor capital para traer la materia de la experiencia a la poesía, implica una nueva valoración de ella, por la cual se la proclama abiertamente única instancia capaz de preservar el mundo, según se ve en el final del poema:

A CAMPO TRAVIESA



… (Milagro

sometido a lo real

retornando gracias a ti, memoria

protectora del alma, escudo). (218)



Asimismo, dicha recuperación determina simultáneamente que la poesía de Godino adopte un tono elegíaco que, si estaba presente casi desde el comienzo de su escritura, a partir de Elegías breves parece adueñarse de su poesía, sólo que ahora legitimado por el derecho inalienable de la edad, como lo dice en uno de los poemas de este libro, titulado “Convertido en algo que no tiene nombre en lengua alguna”:



Lo elegíaco –el manoseo de las sombras,

aquel sonido falso en el poema joven-

sopla, es real, después de los cincuenta (222)



Y si el tono se vuelve elegíaco y la mirada se dirige hacia un pasado que irá volviendo en cada libro con más peso y voluntad de revelación, lo que antes quiso ser una preservación del mundo ahora parece convertirse, ante todo, en un acuciante examen de conciencia del frágil y endeble sujeto poético. Porque si el sujeto que habla en los sucesivos libros de Godino se ha ido volviendo cada vez más impersonal y lábil y contradictorio –ese hijo de Piscis dividido, escindido en dos peces inconciliables y contrarios en la orientación de sus cuerpos- también está cada vez más fatalmente dispuesto a dejar salir esa verdad interior desprolija y culpable que ha mantenido a raya a lo largo de los años. Así, al cabo de libros en los que sólo se esboza algún poema amoroso –pienso en el hermoso “Amantes” de El visitante (1961)- en Ver a través comenzará a brotar la memoria del amor no sido, para componer, por fin, ese cancionero casi petrarquesco –como lo señaló atinadamente Alejandro Patat- que es Estado de reverencia. En él, el elemento erótico alcanza la densidad delicada y doliente de lo perdido que persiste y la palabra ya no actúa exclusivamente como hasta ahora, es decir como lo que preserva la experiencia, sino con una ambigüedad radical, ya que si por un lado es lo que la hace coagular y persistir:



La extraviada, la invisible

me envió en los años de la dispersión

un retrato de nuestra historia,

una carta donde lo escrito

era tan claro como el sentimiento. ( 278)



por otro, al quedar retenida, interrumpe la unión y la realidad de la experiencia, según lo dice, sesgada y bellamente, el comienzo de la serie de poemas “Estado de reverencia”:



I

Sujeta, impedida

mantuve en mi boca la palabra

que nos hubiera convertido,

la que debió orientar,

conducir

hasta los cuerpos desmañados

agua de unión. (287)



Recién califiqué de “sesgada” la expresión de Godino y creo que lo es, en el más alto sentido de la palabra, no sólo aquí sino en la totalidad de su obra. Porque desde el primero al último de sus libros hay en él una conciencia clara de que, como diría el filósofo francés Gilles Deleuze, escribir implica construir una lengua propia, que, en ese sentido, es una lengua extranjera dentro de la propia lengua; hacer vibrar la lengua materna de una forma tal que se aleje de su uso mayoritario, comunicativo, banal y se constituya en lengua menor, no en sentido peyorativo, sino en el de lengua vibrante por la emoción y el afecto.

La forma concreta en que Rodolfo hace vibrar la lengua, la carga de afectos, es imprimiéndole una torsión sintáctica personalísima, inconfundible, que convierte su dicción en una “dicción otra”, su lenguaje en ese “murmullo inmortal” por el cual se está dispuesto a cambia la vida, como se afirma en el “Arte poética” de Gran cerco de sombras.

Podría decir muchísimo más sobre la deslumbrante poesía de Rodolfo Rodino; podría extenderme en el análisis de sus estrategias para escribir desde el límite de todos los opuestos que convergen en su obra; para convocar la doble faz de la interioridad y el mundo, el peso insoportable de lo real y su gloria al presentarse como jardín o nube, para traer las figuras entrañables del pasado –el padre, la madre, la abuela- en poemas atravesados por el amor y la culpa, para exhibir la partición insoportable de la subjetividad. Prefiero, sin embargo, retornar a su palabra y leer, como cierre de mi intervención, uno de sus poemas donde me parece que brilla lo más entrañable de su voz poética y el fragmento final de otro, que siempre sentí como una confesión desgarradora y eufórica:



RIOBAMBA AL 1200



Por tener el corazón expuesto

-lo que muchas veces quiebra la garganta

y engendra opresión o induce al llanto-

quedé impedido junto al delgado tilo de vereda

en el primer día de octubre,



mes generador que abre

levísimos brotes, claras, casi líquidas hojas

que anuncian a quienes puedan ver y oír

los infinitos milagros que en pocas horas

comenzarán a caer sobre la tierra



CANCIÓN EN PISCIS

3

(…)

Agradeces y pagas

un tributo imparcial:

quienquiera que seas

las palabras te mutilaron,

te hicieron libre.

martes, mayo 11, 2010

Panorama literario argentino, hoy

Mesa redonda: Panorama literario argentino, hoy
Lunes 10 de mayo – 16:30 – Sala Domingo F. Sarmiento
Mesa de las provincias
María Rosa Lojo (Novela histórica y microficción) y Cristina Piña (Nuevas poetas). Coordina: Rosa Majián.
36ª Feria Internacional del Libro

Si he elegido hablar de las nuevas poetas, así, en femenino, es porque entre las mujeres nacidas aproximadamente entre 1975 y 1965 se ha dado un fenómeno que hacía bastante no se daba en el panorama poético argentino. En efecto, además de que, como sucede con casi todas las generaciones, ha surgido un conjunto de jóvenes poetas de muy alto nivel, provenientes no sólo de Buenos Aires sino de varias provincias argentinas, las cuales han sido reconocidas tanto en el país como en el exterior a través de premios nacionales e internacionales, han logrado establecer entre sí –sin llegar a constituirse en un grupo homogéneo en razón de sus estéticas divergentes y sus diferentes vinculaciones dentro del ámbito literario- vínculos y relaciones solidarias que las hacen coincidir en torno de editoriales, espacios de encuentro, ciclos de lecturas, antologías y presentaciones. Y lo han hecho a partir de una actitud de apertura y contacto que resulta llamativa y loable, sobre todo cuando recordamos los enfrentamientos por espacios de poder –más o menos cruentos, más o menos políticamente pautados- que caracterizaron a gran parte de los grupos anteriores, tanto los que corresponden a mi generación como aquellos un poco posteriores, como es el caso de los reunidos en torno de Diario de poesía, Fénix y Último reino.
Por otra parte, si este grupo está formado exclusivamente por mujeres, digamos que, en rigor, ello no se debe a que, en una actitud principista, “las chicas” se hayan apartado de entrada de “los muchachos”. Como lo demuestran el gesto editorial y el acontecimiento público que sirvieron como uno de los factores de convergencia de las nuevas poetas, la antología de poetas jóvenes Hotel Quequén –con la que se lanzó la editorial Sigamos Enamoradas y que se presentó en la playa de Quequén, en el marco del encuentro Poetas en la arena- tenía mayor número de poetas varones que de mujeres. Sin embargo, las que siguieron juntas fueron las mujeres que figuraban en dicha antología, las que después publicaron en la editorial y otras poetas con su propia trayectoria anterior, que se les sumaron tanto por la convocatoria del encuentro como por otras actividades compartidas, mientras que “los muchachos” siguieron dedicándose a sus cosas, sus textos y sus proyectos estrictamente personales e individuales.
En cambio, la coincidencia de las poetas talentosas y de estéticas diferentes a las que me quiero referir y que son Cecilia Romana, Mercedes Araujo, Carolina Esses, Marina Serrano, Claudia Masin, Florencia Walfisch, Ana Lafferranderie, Elba Serafíni y Paula Jiménez, parte de una voluntad de hacer cosas juntas que se fue configurando a partir de una serie de coincidencias que se apresuraron a capitalizar.
Quizás todo haya comenzado con la publicación sucesiva de los respectivos primeros libros de poesía de Mercedes Araujo en 2003 y Cecilia Romana en 2004 en la colección Fénix de la editorial cordobesa El Copista, hecho que determinó que se conocieran. O tal vez con la amistad entre Cecilia Romana y Marina Serrano, en un ámbito externo a la poesía pero que las llevó a hablar sobre los libros que les gustaría escribir y editar. O, por qué no, en la coincidencia entre Mercedes Araujo y Carolina Esses en un breve taller de poesía, donde también se pusieron en contacto con Florencia Walfisch y Ana Lafferranderie.
Sea como fuere, de esas convergencias surgieron diversos fenómenos grupales, el primero de los cuales, cronológicamente, fue el libro Duelo firmado por Mercedes Araujo, Carolina Esses y Cecilia Romana en 2005 y publicado en Ediciones en Danza. A él le siguieron las reuniones que comenzaron a hacer cada vez más seguido Cecilia, Mercedes y Marina, en las que hablaban, a partir de su experiencia, de lo difícil que era publicar poesía o conseguir libros excelentes y agotados y que terminaron de motorizar la idea de crear una editorial, precedida por una serie de reuniones de lectura de poesía en casas privadas a las que denominaron Fabulosa lampalagua y por las que pasaron diversos poetas.
Lo interesante del proyecto fue que, al estar planteado desde esa actitud abierta y de convocatoria más allá de grupos y grupúsculos, produjo un fenómeno de convergencia mucho mayor y poéticamente más rico que la mera reunión de un grupo de escritoras amigas, así como permitió que se decantara el núcleo de poetas que hoy me ocupa, en el que terminaron no incluyéndose los “muchachos” por la propia dinámica de imantación y solidaridad que reunió a las chicas.
Porque cuando Cecilia Romana, Marina Serrano y Mercedes Araujo pensaron el primer libro para su editorial Sigamos enamoradas, se decidieron por una antología que reuniera a poetas nacidos entre 1964 y 1979 a la que llamaron Hotel Quequén y que incluyó textos tanto de autores consagrados como poco conocidos Entre estos últimos, deliberadamente seleccionaron a poetas del interior que estaban fuera del circuito de Buenos Aires y desarrollaban una escritura más solitaria, sin pertenencia a ningún grupo. Asimismo, como lo señalé, fueron muy generosas con los muchachos, al punto de incluir a nueve, mientras que sólo entraron seis escritoras, Andi Nachón y Cecilia Milone además de Mercedes, Carolina, Cecilia y Marina.
Similar apertura se dio en la convocatoria al encuentro Poetas en la arena en Quequén –del que hubo una segunda edición en 2008- donde se presentó la antología y se lanzó la editorial, y a la que fueron muchos y muchas poetas que si bien no estaban en la antología, ya se habían acercado a las fundadoras o quisieron acercarse a ellas.
Y así comenzó un proceso cuya dinámica resulta difícil de sintetizar pero que incluye, por un lado, entre 2006 y 2008, la publicación de diversos libros en Sigamos enamoradas, de los que me interesa destacar los dos de Marina Serrano y los de Ana Laferranderie y Elba Serafíni; las presentaciones y lecturas -no sólo de autoras editadas en Sigamos enamoradas sino de otras y otros muchos poetas- en la librería Fedro, cuyo ciclo de lecturas organizan Ana Laferranderie y Florencia Walfisch y, por fin, la coincidencia en la recepción de premios y menciones en concursos organizados en Latinoamérica y Argentina, fenómeno que en rigor comienza antes.
En efecto ya en 2004 Florencia Walfisch recibe en México el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines, que en 2006 recae en Cecilia Romana, quien ese mismo año merece otro premio mexicano, el de Poesía Iberoamericana Sor Juana Inés de la Cruz. En otro sentido, tanto Mercedes Araujo como Paula Jiménez se vinculan también con México, ya que en 2007 representaron a la Argentina, la primera en el Festival de Poetas del Mundo Latino y la segunda en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Por tales coincidencias, en 2007 hubo una lectura de las cuatro poetas en la Embajada de México en la Argentina, a las que les sucederían –incorporando a otras escritoras además de las que he nombrado- diversas lecturas bajo el auspicio de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, especialmente en los ciclos de verano.
Por su parte, también en 2007 Marina Serrano recibió una mención por su primer libro, Formación hospitalaria en el II Premio Internacional de Poesía Revista Prometeo para Libros Publicados en Lengua Castellana de Medellín (Colombia) y Florencia Walfisch, a su vez, recibió la primera mención en el VI Premio Latinoamericano de Poesía Ciudad de Medellín por su segundo libro –todavía inédito- No puedo sino esto.
Acerca de los premios argentinos, Marina Serrano obtiene una Mención del Fondo Nacional de las Artes en 2006 y Cecilia Romana el 2º Premio del Fondo Nacional de las Artes en 2008.
Llegamos así a 2008, en que surge una nueva editorial, Abeja reina que reúne –de las poetas aquí citadas- a Claudia Masin, Paula Jiménez y Mercedes Araujo –las dos primeras provenientes del taller de Diana Bellessi y que editaron su primer libro en editorial Nusud- y donde publican Paula Jiménez su quinto libro, Ni jota, y Mercedes Araujo su tercero, Viajar sola. La labor de las tres, asimismo, está reconocida por premios, y así tenemos que Claudia Masin –chaqueña y residente en Buenos Aires desde 1990- obtiene el Premio español Casa de América de Poesía Americana en 2002 por el libro la vista y en 2004 una Mención del Fondo Nacional de las Artes por Abrigo, que será su quinto libro publicado. Paula Jiménez, por su parte, obtiene en 2003 una mención del Fondo Nacional de las Artes; en 2006 el Hernández de Plata en poesía y en 2008 el 1º. Premio Fondo Nacional de las Artes, al margen de otros premios de prosa que no menciono aquí. Por fin, Mercedes Araujo, recibe en 2009 el 3º Premio del Fondo Nacional de las Artes.
Para terminar el panorama general de las coincidencias de este conjunto de escritoras y antes de detenerme mínimamente en los rasgos de sus respectivas obras, me parece importante mencionar la colaboración de gran parte de ellas –Florencia Walfisch también en su vertiente de artista plástica- en la revista Ventizca de Guadalupe Wernike y Verónica Schkolnik, poetas ambas también asociadas a la editorial Abeja reina, y la publicación de los últimos libros de tres de las nueve poetas en la editorial Bajo la luna. En efecto, Claudia Masin edita Abrigo en 2007, Paula Jiménez Espacios naturales en 2009 y Carolina Esses Temporada de invierno también en 2009, libro éste que fue finalista en el Concurso de poesía “Olga Orozco” de la Universidad Nacional de San Martín en 2008.
Cuando comencé esta revisión de la trayectoria del conjunto de nueve poetas en el que me he centrado, dije que la convergencia y la solidaridad que las caracterizaba iba más allá de las diferentes estéticas individuales. Y sin duda, no sería posible trazar una estética común a todas ellas, ya que frente a la articulación de niveles muy diferentes de lengua y una experimentación formal y lingüística constante que se percibe en la poesía frontal, potente y recorrida por la ironía de Cecilia Romana, que puede oscilar entre el poema en prosa de corte narrativo y un poema marcadamente ritmado y casi oral, se recorta la progresiva decantación lingüística de Claudia Masin, cuyo tono poético va adquiriendo una creciente intimidad y delicadeza en sus últimos libros, donde la voz no traza como un pincel casi impresionista las imágenes cinematográficas que caracterizaban a su libro premiado en España, la vista, sino que se vuelve sobre el repliegue más secreto de la subjetividad. También marca su especificidad frente a las dos anteriores la poesía de la mendocina Mercedes Araujo en la que se destaca la riqueza de imágenes de notable nitidez y singularidad, un lenguaje cuidado a la par que transgresor, que explora zonas secretas de la sensibilidad, y un inquietante juego de metamorfosis en el que la subjetividad femenina entra en asombrosos devenires animales a fin de conquistar su condición, más allá de las heridas de la experiencia. De igual manera, no es fácil encontrar puntos de contacto entre la pericia para levantar vuelo poético a fuerza de una sintaxis cargada de energía y de un uso a la vez coloquial e insólito del lenguaje, tras insertar las palabras menos líricas y aparentemente más difíciles de incluir en un poema, provenientes de la jerga anatómico-kinesiológica, que le da su textura peculiar y renovadora a la poesía de Marina Serrano y, por un lado, los ritmos quebrados y jadeantes, transgresores de la sintaxis y marcados por una materialidad y una sensualidad en las antípodas de lo intelectual, que unidos a una sucesión de imágenes de enorme riqueza visual y atmósfera onírica rigen los poemas o el largo poema fragmentario que constituye Sopa de ajo y mezcal de Florencia Walfisch o, por el otro, los poemas de Carolina Esses, que se apoyan más en lo no dicho que en lo explícito, en las sugerencias que abren sus imágenes asociadas por un lado, con lo natural, pero que por otro pueden derivar hacia una especie de surrealismo controlado y cotidiano, así como en una tonalidad escueta y conmovida que va enhebrando sus poemas junto con la metáfora del invierno. Similar confrontación se da entre la calma tensa que transmiten los poemas de Elba Serafín, cuya serenidad está como rodeada de peligros más o menos inminentes y cuyo lenguaje se mantiene en un deliberado tono menor que por momentos se inmiscuye en lo onírico, y el lirismo ascético de Ana Lafferranderie, quien parece convocar la voz y la mirada de la niña que fue para darle cuerpo poético a la infancia, recobrada en cada uno de los poemas de El cielo tácito y en el sutil erotismo del conjunto. Y lo mismo ocurre con el lenguaje medido y a la vez de singular fluidez de Paula Jiménez, cuyos poemas extensos y organizados en series demuestran un acabado dominio de la frase poética, que se desarrolla articulando de tal forma descripción y reflexión que se construye una atmósfera a la vez llena de significación y leve, donde se conjugan palabras cotidianas y refinadas, las cuales van construyendo imágenes que permanecen largo tiempo en la mente del lector por su nitidez y felicidad.
Sin embargo, más allá de las diferencias estéticas y de las coincidencias en cuanto a la vocación de hacer las cosas juntas, creo que hay algo que las hermana profundamente: una forma de entender la poesía que, sin caer en gestos extremos, implica asumirla como una vocación irrenunciable, como una forma de identidad que no tiene que ver ni con la fama ni con la circulación mediática sino con la lenta construcción de la propia voz, en ese diálogo incesante de la lectura y la escritura, del descubrimiento de nuevas o antiguas voces que alimentan y afilan la nuestra.
Sí, seguramente esa conciencia aguda del sentido de la poesía así como una similar conciencia de su condición de mujeres sea lo que les ha permitido recortarse como un fenómeno generacional, cuya propia dinámica potencia la producción de cada una, reflejada, apoyada, confrontada, facilitada y sustentada por la de las otras.
Como no es posible por cuestiones de tiempo leer poemas de las nueve escritoras, para cerrar estas palabras he elegido dos muy breves, que en el momento de su lectura me impresionaron de manera especial:
Del libro Abrigo de Claudia Masín escrito a partir de las Cartas y Diarios de Katherine Mansfield:

Descanso de mí como ciertas flores del desierto,
arrancadas del tallo, descansan en la arena:
sin esperar nada, ni la lluvia ni la muerte.

Del libro Viajar sola de Mercedes Araujo:

Viajar sola
La travesía no será aliviada.
Nací entre montañas, persigo la hierba
y ansío el desierto.
El desierto iguala a los peregrinos.

¿Y a las peregrinas?
A las peregrina nos mueve la luz
que se desplaza.


Nada más. CRISTINA PIÑA

sábado, mayo 08, 2010

A la feria...

Lunes 10 de mayo 16 – 18

Feria internacional del Libro – Sala Sarmiento

Mesa redonda Las nuevas escrituras (María Rosa Lojo – Elsa Drucaroff –Cristina Piña)

Cristina Piña- Las nuevas poetas