cuya boca ha sido tapada desde afuera
sin un resquicio que permita la entrada de la luz
un hombre, solo, con una botella de agua.
Debe meditar, si puede, sobre la impermanencia de las cosas
pero en cambio elige adivinarse las uñas de los pies.
Ha fracasado en todo: ni el amor,
ni la pura poesía en estado salvaje,
ni el ideal paupérrimo de una vida dedicada al arte.
Tiene cuarenta años y no puede mirar hacia adelante,
tampoco hacia atrás. (El pasado
es una cortina de humo sobre todas las cosas;
su sola noción opaca los usos del presente,
en cierto modo lo desanda.)
En el fondo del pozo, el hombre,
que es chino y está a punto de morir pero no (y él lo sabe),
imagina que enciende un fósforo;
siente en la yema de los dedos la aspereza
de la pólvora: el fulgor repentino que lo fascinó en su infancia
es ahora, en el pozo, un sueño sin dimensión.
(Un fantasma sin cara, él mismo sin su aspecto.)
En el fondo del pozo el hombre podría ser cualquiera,
sumirse en la historia colectiva como quien cava una fosa común.
Ser víctima o verdugo: ha perdido los límites. Desconoce
el peso permanente que arrastra sobre sí.
Él quisiera dejarse deslizar por la vía más fácil:
hacer de sus sentidos afilados un aquí y un ahora.
Pero sólo conoce aquello que lo espera: el hambre, la sed.
Como un monje suicida o destinado a la automomificación,
el hombre —que antes tuvo una esposa, a la que amaba
—querría tener ahora, en el pozo, una campana.
Una campana de tañido minúsculo para anunciar que todavía sigue vivo.
En sus horas de miedo dice palabras sueltas, destajos de un poema
que no sabe o no quiere recordar. Pasa la yema del pulgar por los labios resecos. Supone
que sería más fácil dejar de respirar.
En el fondo del pozo el hombre quisiera ser juez de su propia vida
e inclinar el platillo hacia el lado de los inocentes,
los que sin más que su paciencia resignada esperan
las tramas infinitas.
Pero sabe que de algún modo es culpable
de estar allí sentado, solo,
en la extrema oscuridad.
Teresa Arijón. Poeta, traductora y dramaturga. Publicó: La escrita (1988), Teoría del cielo (1992; con Arturo Carrera), Alibí (1995), El libro de las criaturas que duermen a nuestro lado (1997), El libro de la luna (1998), Orang-utans (2000; con Bárbara Belloc), Poemas y animales sueltos (2005) y El perro continuo (2006, con Manuel Hermelo). A comienzos de los noventa fue confundadora y editora de la revista de poesía "18 Whiskys". Entre 1994 y 1998 produjo y editó, con Bárbara Belloc, "La Rara Argentina" (hoja de divertimento y cultura para mujeres). Tradujo, entre otros, a William Shakespeare, James Purdy, Tennessee Wiliams, Patti Smith, Isak Dinensen, Susan Musgrave, Fernando Pessoa, Clarice Lispector, Angela Melim y Ana Cristina Cesar. En 1995 participó en el International Writing Program de la Universidad de Iowa, EUA. Entre 2001 y 2002 realizó la edición de Puentes-Pontes, primera antología bilingüe de poesía argentina y brasileña contemporánea — publicada por Fondo de Cultura Económica en 2003. Está preparando dos traducciones de poesía en lengua brasileña —una selección de poemas de Angela Melim y una antología de novísimas cariocas, con Heloisa Buarque de Hollanda— que serán publicadas en España en 2008. Escribe animal vivo – animal muerto.