Fernando Noy - Marina Serrano - Vicente Muleiro - Karina Maccio - Enrique Solinas
Uno de los poemas que leyó Fernando Noy:
La patria
Triste canción, pequeña,
tan fugaz,
herida abierta a las ciudades,
pueblo,
corazón sin rumbo.
Reina plateada de corona ausente,
sumergida en las aguas
que ocultan la razón.
La pastilla de la felicidad
es un barco que navega
el territorio mudo.
Todos los padres te golpean
y no piden perdón.
Todo tu cuerpo es un gran río
que cambia de discurso.
Y entre el asfalto y las estrellas y el desorden,
nos queda la canción:
callado sueño vacío
bajo el barro de la desesperanza.
Y nuestro rezo,
única y amordazada voz,
temblorosa,
desnuda.
Uno de los poemas que leyó Fernando Noy:
Peso Plomo
.
No necesito nada más que esta lapicera
prestada por el mozo
ni otro sobre de azúcar para el café
bramando en la resaca
tampoco el pago de una cerveza octava.
.
Guardo intacto
el coraje de hacer un paga Dios
como en los setenta
por las farmacias de turno
cuando la poesía anfetamínica
se compraba sin receta.
.
Viajo Sólo en medio de la huelga
entre panzas vacías
con razón vociferantes
y ningún encontronazo
junto al musuloso estibador
mientras dura la espera
en la protesta augusta
que hasta cortó la calle
con su semáforo
chorreando lágrimas de sangre.
.
Masacre sin piedad
para los muestios habitantes
de bairestremens.com
.
Mientras leo en cerebros
de los demás viajeros.
Ese, de anteojos negros
va a llegar tardísimo a su cita
con el andrólogo.
El que viaja a su lado
sólo piensa en robar
la corona de oro de la Virgen del Once
pero también
el busto de bronce de algún prócer
para revenderlo
ensequiga
a peso plomo,
vapuleo.
.
Así nace esta queja
sobre mi cuaderno Avón
en pleno verano
cuando el hospital de poetas
parece aniquilado
aunque nunca existiera la cura
de sus males
ni siquiera un cuarto gratis y fresco
donde no morir de pie
.
Ahora,
destrabada la marcha
con las vitrinas de El Molino
destrozadas a huevazos
es cuando el maldito patrullero
se sube a la vereda
y
como a la estatua de Santa Claus,
me alumbran
entre dátiles
aunque igual nada vieron
Mayor fue el miedo
de volverte invisible.
.
A distraerse ahora
con tu milonga hacia la autopista
Tavos de puta baratos hundidos en la brea
hirviendo aún más que el cuerpo
del que paga
y al finalizar la faena
regresar leyendo esos versos abyectos de has escrito.
Soy el que cree en la avenida Corrientes
acunadora del tango y de Tanguito
que se incendia en el río
justo cerca de la Casa Rosada
ese postre fucsia envenenado
en los cachetes.
Confundo palomas con empelados
de oficina
Usan la misma gris corbata
que les impide el vuelo
.
Soy quien cantara a Safo
además de encerar los dedos
de la hidra de Lesbos
con ungüentos de acero
pero ahora
ni consigo colarme
en los recitales de Gal, Chavela
o La Felipe.
.
Igual
como siempre
el buen clima regresa
tras la huelga a lo lejos
cada vez más ajena.
A causa de ella
me pasé de parada
pero sigo escribiendo
.
Es preferible el asco bien narrado
a la culpa de sobrevivir triunfales.
Sin tener cómo
donde
cuándo
a quién decirlo.
.
.
Uno de Enrique Solinas:
La patria
Triste canción, pequeña,
tan fugaz,
herida abierta a las ciudades,
pueblo,
corazón sin rumbo.
Reina plateada de corona ausente,
sumergida en las aguas
que ocultan la razón.
La pastilla de la felicidad
es un barco que navega
el territorio mudo.
Todos los padres te golpean
y no piden perdón.
Todo tu cuerpo es un gran río
que cambia de discurso.
Y entre el asfalto y las estrellas y el desorden,
nos queda la canción:
callado sueño vacío
bajo el barro de la desesperanza.
Y nuestro rezo,
única y amordazada voz,
temblorosa,
desnuda.
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