Canto a Su Amor Desaparecido
Ahora Zurita —me largó— ya que de puro verso y desgarro te pudiste
entrar aquí, en nuestras pesadillas; ¿tú puedes decirme dónde está mi
hijo?
—A la Paisa
—A las Madres de la Plaza de Mayo
—A la Agrupación de Familiares de los que no aparecen
—A todos los tortura, palomos del amor, países chilenos y asesinos:
Canté, canté de amor, con la cara toda bañada canté de amor y los
muchachos me sonrieron. Más fuerte canté, la pasión puse, el sueño,
la lágrima. Canté la canción de los viejos galpones de concreto. Unos
sobre otros decenas de nichos los llenaban. En cada uno hay un país,
son como niños, están muertos. Todos yacen allí, países negros, áfrica
y sudacas. Yo les canté así de amor la pena a los países. Miles de cruces
llenaban hasta el fin el campo. Entera su enamorada canté así. Canté el
amor:
Fue el tormento, los golpes y en pedazos
nos rompimos. Yo alcancé a oírte pero la
luz se iba.
Te busqué entre los destrozados,
hablé contigo. Tus restos me miraron y yo
te abracé. Todo acabó.
No queda nada. Pero muerta te amo y nos
amamos, aunque esto nadie pueda enten-
derlo.
—Sí, sí miles de cruces llenaban hasta el fin el campo.
—Llegué desde los sitios más lejanos, con toneladas de cerveza
—adentro y ganas de desaguar.
—Así llegué a los viejos galpones de concreto.
—De cerca eran cuarteles rectangulares, con sus vidrios rotos y olor
—a pichí, semen, sangre y moco hendían.
—Vi gente desgreñada, hombres picoteados de viruela y miles de
—cruces en la nevera, oh sí, oh sí.
—Moviendo las piernas a todos esos podridos tíos invoqué.
—Todo se había borrado menos los malditos galpones.
—Rey un perverso de la cintura quiso lomarme, pero aymara el
—número de mi guardián puse sobre el pasto y huyó.
—Después me vendaron la vista. Vi a la virgen, vi a Jesús, vi a mi
—madre despellejándome a golpes.
—En la oscuridad te busqué, pero nada pueden ver los chicos lindos
—bajo la venda de los ojos.
—Yo vi a la virgen, a Satán y al señor K.
—Todo estaba seco frente a los nichos de concreto.
—El teniente dijo "vamos", pero yo busco y lloré por mi muchacho.
—Ay amor
—Maldición, dijo el teniente, vamos a colorear un poco.
—Murió mi chica, murió mi chico, desaparecieron todos.
........
http://www.ypoemas.com/R/Raul-Zurita.htm
jueves, mayo 21, 2009
miércoles, mayo 20, 2009
Julio de Presentación
Martes, 14 de Julio, 19 hs
Presentación:
Hotel Quequén III. Mosaico poético latinoamericano.
Cecilia Romana.
Viaggio in Italia. Ocho poetas italianos contemporáneos
Diego Bentivegna.
Cuaderno del no hacer nada
Roberto Malatesta
Guiraud Libros, Cnel. Diaz 1942 (a una cuadra de Honduras)
Presentación:
Hotel Quequén III. Mosaico poético latinoamericano.
Cecilia Romana.
Viaggio in Italia. Ocho poetas italianos contemporáneos
Diego Bentivegna.
Cuaderno del no hacer nada
Roberto Malatesta
Guiraud Libros, Cnel. Diaz 1942 (a una cuadra de Honduras)
Etiquetas:
cecilia romana,
Diego Bentivegna,
Hotel Quequén,
Roberto Malatesta
sábado, mayo 16, 2009
Feliz Cumpleaños Gabriela Sabatini
Anoche soñé
que Gabriela Sabatini golpeaba a una chica
en un vestuario.
Miento, no la golpeaba
era un “como si”
sostener el cuerpo contra la pared,
tirar piñas a lo loco
y oír el ruido seco de su mano izquierda
rompiendo la cerámica
produjeran todo el espanto de lo real
que, en efecto, producían.
Con la víctima colgando del brazo y cara de obviedad
(porque para ella era más que obvio) dijo:
que Gabriela Sabatini golpeaba a una chica
en un vestuario.
Miento, no la golpeaba
era un “como si”
sostener el cuerpo contra la pared,
tirar piñas a lo loco
y oír el ruido seco de su mano izquierda
rompiendo la cerámica
produjeran todo el espanto de lo real
que, en efecto, producían.
Con la víctima colgando del brazo y cara de obviedad
(porque para ella era más que obvio) dijo:
Sabés cómo es el tema en los vestuarios.
Y claro, cómo iba a saber
que vengo de un pueblo con veinte casas,
dos calles de asfalto
y una cancha de futbol sin baños,
igual,
no es tan difícil comprender:
Había sido golpeada y quería desquitarse.
Ahora, que estoy despierta
o algo más lúcida -porque es cuestión de tiempo
deshacerse de la prolongada nausea visual-
me pregunto:
¿Comprendo a Gabriela Sabatini?
No, mentiría si dijera que alguna vez la vi
jugar un partido completo,
no la conozco,
sé
que solía sentir que nos parecíamos
que tenía la misma facilidad que yo
para perder, sí
por momentos sentí que nos parecíamos,
aunque fuera la exitosa y yo nada
o bueno, en realidad, pudo habernos unido
ese no querer más
o algún darse
por vencida.
Dicen
que es una de las mujeres más lindas del mundo
no sé, no la conozco
pero mi amiga, que la vio en el shopping,
cree que tiene una piel increíble
y no por eso dejamos de compartir algo:
un cuarto propio, Virginia Woolf, quizá
seguro, no tenemos la misma belleza
pero por momentos
de vez en cuando, siento que nos parecemos
en eso de parecer distintas
y en la torpeza.
Mi abuelo me decía: jugá al tenis, nena.
Y yo dale que no, que en lo mío iba a ser número uno,
pero cuánta razón tuvo:
una cosa es el tenis, y otra muy distinta
es no ser
nunca jamás de los jamases, Gabriela Sabatini.
Cómo no sentir
que nos conocemos -mejor dicho
que la conozco- desde siempre
si hasta podríamos haber vivido
en el mismo lugar, en el mismo momento
pero a una de las dos le tocó ser la hija del sodero
y no fue a ella, y eso no quita que sienta
que en esa incapacidad de ser feliz
nos parecemos, me pregunto
(y eso es una constante):
Y claro, cómo iba a saber
que vengo de un pueblo con veinte casas,
dos calles de asfalto
y una cancha de futbol sin baños,
igual,
no es tan difícil comprender:
Había sido golpeada y quería desquitarse.
Ahora, que estoy despierta
o algo más lúcida -porque es cuestión de tiempo
deshacerse de la prolongada nausea visual-
me pregunto:
¿Comprendo a Gabriela Sabatini?
No, mentiría si dijera que alguna vez la vi
jugar un partido completo,
no la conozco,
sé
que solía sentir que nos parecíamos
que tenía la misma facilidad que yo
para perder, sí
por momentos sentí que nos parecíamos,
aunque fuera la exitosa y yo nada
o bueno, en realidad, pudo habernos unido
ese no querer más
o algún darse
por vencida.
Dicen
que es una de las mujeres más lindas del mundo
no sé, no la conozco
pero mi amiga, que la vio en el shopping,
cree que tiene una piel increíble
y no por eso dejamos de compartir algo:
un cuarto propio, Virginia Woolf, quizá
seguro, no tenemos la misma belleza
pero por momentos
de vez en cuando, siento que nos parecemos
en eso de parecer distintas
y en la torpeza.
Mi abuelo me decía: jugá al tenis, nena.
Y yo dale que no, que en lo mío iba a ser número uno,
pero cuánta razón tuvo:
una cosa es el tenis, y otra muy distinta
es no ser
nunca jamás de los jamases, Gabriela Sabatini.
Cómo no sentir
que nos conocemos -mejor dicho
que la conozco- desde siempre
si hasta podríamos haber vivido
en el mismo lugar, en el mismo momento
pero a una de las dos le tocó ser la hija del sodero
y no fue a ella, y eso no quita que sienta
que en esa incapacidad de ser feliz
nos parecemos, me pregunto
(y eso es una constante):
por qué se levanta cada mañana Gabriela Sabatini
qué se dice al espejo, qué espera del día, de los años
qué siente cuando la tratan como a una modelo,
empresaria, muerta, muerto
ese algo grande,
que pasó, y fue grande, grandioso
pero pasó
¿pensará en el amor? ¿Tendrá un amor?
Porque si lo tiene, entonces sí:
¿qué pensará cada mañana Gabriela Sabatini?
Digo, siento
que nos parecemos, y es una locura
pensar que hay algo de ella en mí,
ella la tan linda mujer de talento con dientes blancos,
dulzura, carisma, éxito, secretaria,
bueno, puedo tener secretaria pero
me rompería bastante las pelotas
que se metan en mi vida
y no puedo evitar
este largo ponerme triste cuando pienso en ella
porque por alguna razón, aunque sea una razón encarnada,
creo que nos parecemos
y yo soy tan visceralmente triste,
sola
metida para adentro
fue justo anoche,
soñé que Gabriela Sabatini me regalaba unas pastillas Halls,
y al despertar era su cumpleaños,
podría no ser
otoño y que hubiera una desconocida
hablando por un juguete
hecho de latas e hilo choricero,
podría no ser
pero gracias a Dios y a todos los santos,
entreverados hasta el tuétano,
Gabriela Sabatini nace otra vez.
(Alazán Tostado, antes muerto que cansado)
Marina Serrano
viernes, mayo 15, 2009
sigamos enamoradas
Sigamos Enamoradas está en:
Cúspide Libros: http://www.cuspide.com/
Giraud Libros: Av. Coronel Díaz 1492
Librerías Fedro (San Telmo y Barracas, Mocca): http://www.fedrosantelmo.com.ar/
Librería Norte: http://www.librosnorte.com.ar/
Librería Del Marmol: http://www.libreriadelmarmol.com.ar/
Librería El Astillero: http://www.libreriaelastillero.com/
Librería El Rincón del Anticuario: rincondelanticuario@ciudad.com.ar
Librería Guadiana (libros de religión): http://www.loslibrosdereligion.blogspot.com/
Cúspide Libros: http://www.cuspide.com/
Giraud Libros: Av. Coronel Díaz 1492
Librerías Fedro (San Telmo y Barracas, Mocca): http://www.fedrosantelmo.com.ar/
Librería Norte: http://www.librosnorte.com.ar/
Librería Del Marmol: http://www.libreriadelmarmol.com.ar/
Librería El Astillero: http://www.libreriaelastillero.com/
Librería El Rincón del Anticuario: rincondelanticuario@ciudad.com.ar
Librería Guadiana (libros de religión): http://www.loslibrosdereligion.blogspot.com/
O escribinos a: sigamosenamoradas@yahoo.com.ar
lunes, mayo 11, 2009
¿Conoce usted a Bialet Massé?
Cecilia Romana
http://www.ellitoral.com/index.php/diarios/2009/05/09/arteyletras/ARTE-02.html
Tal vez, un día remontando la Ruta 38 rumbo a La Falda o Capilla del Monte, usted se topó con este pequeño municipio que lleva un nombre de origen catalán. Quizás no prestó atención al cartel de bienvenida y recién se preguntó quién fue este personaje cuando vio a mano izquierda, al borde del asfalto, el fabuloso horno cónico revestido en piedra sapo que él levantó, y donde se cocieron cementos sin igual, gracias a los que se erigieron obras faraónicas en Córdoba, de las cuales la más famosa es, sin duda, el Dique San Roque.
Juan Bialet Massé fue un entusiasta y también un trabajador incansable. Nació en Mataró, España, en 1846. Estudió medicina, se casó, tuvo un hijo y al poco tiempo quedó viudo. Cruzó el océano en 1873, solo, para instalarse en Mendoza donde fue nombrado vicerrector del Colegio Nacional. En 1874 contrajo nupcias con Zulema Laprida, nieta del ilustre presidente del Congreso de Tucumán de 1816, y comenzó, casi sin quererlo, su largo derrotero por las provincias argentinas, en busca de un sueño que se le escapó de las manos indefectiblemente. Su historia, como tantas otras, es la de un olvidado, la de un hombre que apostó no sólo su peculio, sino la seguridad de su familia para ver el progreso de un país que ni siquiera era el suyo. ¿Y qué obtuvo a cambio? Un año de cárcel, deudas irremontables con el Estado argentino y, lo peor de todo, que ya nadie lo recuerde.
Hay un viejo hotel en La Falda que tampoco está de moda. Se llama Edén y es una ruina. Por estos días, la edificación se parece más a un esqueleto de material que a lo que supo ser: el hospedaje exclusivo de la aristocracia vernácula decimonónica. Pagando una entrada que no es módica, porque están “en obras”-, usted puede acceder a una visita guiada de casi media hora. El guía que le caiga en suerte, le contará la historia fantástica de los tiempos dorados y la posterior y negra realidad de pillaje vecinal que arrasó hasta con las bañeras de hierro. No hay allí muebles originales, salvo una mesa octogonal de roble que no pudieron llevarse porque está atornillada al suelo. Esa tierra de nadie, que ahora regentean tres empresarios locales con ansias de convertirla en un complejo utilizable, antes de 1892, fue propiedad de Bialet Massé. Sí, ese mismo lote le perteneció al constructor, aunque repentinamente haya tenido que venderlo por la acumulación de deudas. Lo mismo le ocurrió con los terrenos donde se levantaba La Primera Argentina, su fábrica de cales hidráulicas, empresa fundacional de la construcción en el país de la que sólo queda en pie aquel hermoso horno a la vera de la ruta. Este hombre, que trajo al mundo diez hijos, no era ingeniero, tampoco arquitecto. Ejerció la profesión de médico, fue docente, empresario e ideólogo de los canales de riego que asegurarían las siembras de vastas zonas de la provincia de Córdoba por décadas; estudió abogacía y defendió los derechos de los trabajadores del puerto rosarino. Pasados los sesenta años, volvió a las aulas y obtuvo el título de Técnico en Agricultura y Zootecnia. Todos estos datos bastarían para tener su nombre grabado en la memoria; sin embargo, hay algo más: a él se debe, en gran parte, la instauración de la jornada laboral no mayor a ocho horas -cuando a principios del siglo pasado, los obreros de ingenios, ferrocarriles y demás trabajaban de sol a sol- y el descanso dominical obligatorio. En 1904 apareció su impecable “Informe sobre el estado de las clases obreras en el interior de la República”, solicitado por el presidente Julio A. Roca, por medio de su ministro de Interior, el riojano Joaquín V. González. El volumen, reeditado en 2007 por Alción, sello cordobés que dirige Juan Carlos Maldonado, es un exhaustivo relevamiento de la situación laboral de las zonas más desposeídas del país. Una descripción milimétrica del escenario proletario de Santa Fe, La Rioja, Entre Ríos, Córdoba, Tucumán, en los tiempos en que la hegemonía del patrón y la proveeduría se llevaban los mejores años y la salud de los operarios.
En Córdoba es conocida la anécdota que relata cómo fue encarcelado Bialet injustamente. Es conocida, asimismo, la humillación a que se vieron expuestos él y su socio, el ingeniero Carlos Cassaffousth, cuando los acusaron de calcular mal el paredón del Dique San Roque. Bastó que un vecino gritara: “¡se viene el dique!”, para que ingeniero y constructor fueran encerrados por más tiempo de lo que dura un año. Al final, como en los cuentos más tristes, todo se resumió en una disculpa producto de intereses políticos y quién sabe de qué otra cosa, porque el Dique jamás se rajó ni se vino abajo; al contrario, resistió cuarenta años en perfecto estado hasta que fue reemplazado por el actual.
Bialet Massé fue un ejemplo, lo sigue siendo, porque, lejos de detener su puja en favor del país joven que lo requería, siguió esforzándose en complacerlo. Incluso, detrás de las rejas, dio soluciones básicas para el mantenimiento del Dique.
Hoy en día nadie lo recuerda, y parece que esa maldición que suele ensombrecer a los espíritus elevados, se ensañó con todo lo suyo.
¿Cuántos años de bonanza disfrutó el Hotel Edén? ¿Dónde estaban las autoridades que debían cuidarlo de la rapacería? ¿Por qué apenas queda su memoria? Quizás el misterio del derrumbe recaiga justamente en la posesión de esas tierras, donde todo cuesta el doble. O quizás sea otra la causa: la necesaria excepción a la regla de que nadie es profeta en su tierra. Tampoco en la extranjera, agregaría yo.
http://www.ellitoral.com/index.php/diarios/2009/05/09/arteyletras/ARTE-02.html
Tal vez, un día remontando la Ruta 38 rumbo a La Falda o Capilla del Monte, usted se topó con este pequeño municipio que lleva un nombre de origen catalán. Quizás no prestó atención al cartel de bienvenida y recién se preguntó quién fue este personaje cuando vio a mano izquierda, al borde del asfalto, el fabuloso horno cónico revestido en piedra sapo que él levantó, y donde se cocieron cementos sin igual, gracias a los que se erigieron obras faraónicas en Córdoba, de las cuales la más famosa es, sin duda, el Dique San Roque.
Juan Bialet Massé fue un entusiasta y también un trabajador incansable. Nació en Mataró, España, en 1846. Estudió medicina, se casó, tuvo un hijo y al poco tiempo quedó viudo. Cruzó el océano en 1873, solo, para instalarse en Mendoza donde fue nombrado vicerrector del Colegio Nacional. En 1874 contrajo nupcias con Zulema Laprida, nieta del ilustre presidente del Congreso de Tucumán de 1816, y comenzó, casi sin quererlo, su largo derrotero por las provincias argentinas, en busca de un sueño que se le escapó de las manos indefectiblemente. Su historia, como tantas otras, es la de un olvidado, la de un hombre que apostó no sólo su peculio, sino la seguridad de su familia para ver el progreso de un país que ni siquiera era el suyo. ¿Y qué obtuvo a cambio? Un año de cárcel, deudas irremontables con el Estado argentino y, lo peor de todo, que ya nadie lo recuerde.
Hay un viejo hotel en La Falda que tampoco está de moda. Se llama Edén y es una ruina. Por estos días, la edificación se parece más a un esqueleto de material que a lo que supo ser: el hospedaje exclusivo de la aristocracia vernácula decimonónica. Pagando una entrada que no es módica, porque están “en obras”-, usted puede acceder a una visita guiada de casi media hora. El guía que le caiga en suerte, le contará la historia fantástica de los tiempos dorados y la posterior y negra realidad de pillaje vecinal que arrasó hasta con las bañeras de hierro. No hay allí muebles originales, salvo una mesa octogonal de roble que no pudieron llevarse porque está atornillada al suelo. Esa tierra de nadie, que ahora regentean tres empresarios locales con ansias de convertirla en un complejo utilizable, antes de 1892, fue propiedad de Bialet Massé. Sí, ese mismo lote le perteneció al constructor, aunque repentinamente haya tenido que venderlo por la acumulación de deudas. Lo mismo le ocurrió con los terrenos donde se levantaba La Primera Argentina, su fábrica de cales hidráulicas, empresa fundacional de la construcción en el país de la que sólo queda en pie aquel hermoso horno a la vera de la ruta. Este hombre, que trajo al mundo diez hijos, no era ingeniero, tampoco arquitecto. Ejerció la profesión de médico, fue docente, empresario e ideólogo de los canales de riego que asegurarían las siembras de vastas zonas de la provincia de Córdoba por décadas; estudió abogacía y defendió los derechos de los trabajadores del puerto rosarino. Pasados los sesenta años, volvió a las aulas y obtuvo el título de Técnico en Agricultura y Zootecnia. Todos estos datos bastarían para tener su nombre grabado en la memoria; sin embargo, hay algo más: a él se debe, en gran parte, la instauración de la jornada laboral no mayor a ocho horas -cuando a principios del siglo pasado, los obreros de ingenios, ferrocarriles y demás trabajaban de sol a sol- y el descanso dominical obligatorio. En 1904 apareció su impecable “Informe sobre el estado de las clases obreras en el interior de la República”, solicitado por el presidente Julio A. Roca, por medio de su ministro de Interior, el riojano Joaquín V. González. El volumen, reeditado en 2007 por Alción, sello cordobés que dirige Juan Carlos Maldonado, es un exhaustivo relevamiento de la situación laboral de las zonas más desposeídas del país. Una descripción milimétrica del escenario proletario de Santa Fe, La Rioja, Entre Ríos, Córdoba, Tucumán, en los tiempos en que la hegemonía del patrón y la proveeduría se llevaban los mejores años y la salud de los operarios.
En Córdoba es conocida la anécdota que relata cómo fue encarcelado Bialet injustamente. Es conocida, asimismo, la humillación a que se vieron expuestos él y su socio, el ingeniero Carlos Cassaffousth, cuando los acusaron de calcular mal el paredón del Dique San Roque. Bastó que un vecino gritara: “¡se viene el dique!”, para que ingeniero y constructor fueran encerrados por más tiempo de lo que dura un año. Al final, como en los cuentos más tristes, todo se resumió en una disculpa producto de intereses políticos y quién sabe de qué otra cosa, porque el Dique jamás se rajó ni se vino abajo; al contrario, resistió cuarenta años en perfecto estado hasta que fue reemplazado por el actual.
Bialet Massé fue un ejemplo, lo sigue siendo, porque, lejos de detener su puja en favor del país joven que lo requería, siguió esforzándose en complacerlo. Incluso, detrás de las rejas, dio soluciones básicas para el mantenimiento del Dique.
Hoy en día nadie lo recuerda, y parece que esa maldición que suele ensombrecer a los espíritus elevados, se ensañó con todo lo suyo.
¿Cuántos años de bonanza disfrutó el Hotel Edén? ¿Dónde estaban las autoridades que debían cuidarlo de la rapacería? ¿Por qué apenas queda su memoria? Quizás el misterio del derrumbe recaiga justamente en la posesión de esas tierras, donde todo cuesta el doble. O quizás sea otra la causa: la necesaria excepción a la regla de que nadie es profeta en su tierra. Tampoco en la extranjera, agregaría yo.
Hotel Edén, en La Falda, Córdoba. Foto: Archivo El Litoral
miércoles, mayo 06, 2009
Presentación: Viajar Sola
"Viajar Sola"
Mercedes Araujo
Poesía. Ed. Abeja Reina
Etiquetas:
mercedes araujo
sábado, mayo 02, 2009
Jangadero (un fin de semana en todos los ríos)
Río abajo voy llevando la jangada,
río abajo por el alto Paraná.
Es el peso de la sombra derrumbada,
que buscando el horizonte bajará.
río abajo por el alto Paraná.
Es el peso de la sombra derrumbada,
que buscando el horizonte bajará.
Río abajo, río abajo, río abajo:
a flor de agua voy sangrando esta canción.
En el sueño de la vida y el trabajo
se me vuelve camalote el corazón
Jangadero, jangadero:
mi destino por el río es derivar
desde el fondo del obraje maderero,
con el anhelo del agua que se va.
Padre río, tus escamas de oro vivo
son la fiebre que me lleva más allá.
Voy detrás de tu horizonte fugitivo
y la sangre con el agua se me va
Banda, banda; sol y luna; cielo y agua:
espejismo que no acaba de pasar.
Piel de barro, fabulosa lampalagua:
me devora la pasión de navegar.
Música: Eduardo Falú
Suscribirse a:
Entradas (Atom)