El viento
Solamente escucho su voz:
unas pocas nubes graves
que se alejan o se acercan
y enseguida chocan contra el oído.
No las palabras que me dice, sino la base
de ese pequeño y atolondrado
instrumento de música.
Para comprobarlo, apoyo mis dedos
sobre sus labios
como si fueran las aspas de un ventilador
(con ese peligro) o algo más raro todavía:
como si me zambullera en el mar, en pleno julio,
y él estuviera esperándome en la orilla
(el mismo short azul, la misma sonrisa
filosa e indulgente...)
Otras veces, en cambio, subo
hasta la terraza o abro, como si fuera un asmático
(pero no soy un asmático) la ventanilla de los autos
y pienso, pienso
en la perpetua ondulación de los árboles
que refresca la noche y relampaguea.
Aunque parezca una superstición.
El desvarío de un muchacho que, con sólo asomarse,
cae en el pozo más profundo.
Solamente escucho su voz:
unas pocas nubes graves
que se alejan o se acercan
y enseguida chocan contra el oído.
No las palabras que me dice, sino la base
de ese pequeño y atolondrado
instrumento de música.
Para comprobarlo, apoyo mis dedos
sobre sus labios
como si fueran las aspas de un ventilador
(con ese peligro) o algo más raro todavía:
como si me zambullera en el mar, en pleno julio,
y él estuviera esperándome en la orilla
(el mismo short azul, la misma sonrisa
filosa e indulgente...)
Otras veces, en cambio, subo
hasta la terraza o abro, como si fuera un asmático
(pero no soy un asmático) la ventanilla de los autos
y pienso, pienso
en la perpetua ondulación de los árboles
que refresca la noche y relampaguea.
Aunque parezca una superstición.
El desvarío de un muchacho que, con sólo asomarse,
cae en el pozo más profundo.
de RUEGO POR EL TORNADO. Osvaldo Bossi (sigamos enamoradas, 2006)
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