(texto leído en la entrega del PREMIO FUNDACIÓN ARGENTINA PARA LA POESÍA. LUNES 9 DE MAYO, 2011 – 16:30. FERIA DEL LIBRO – SALA ROBERTO ARLT)
LA POESÍA DE RODOLFO GODINO
por Cristina Piña
Hay tareas que uno acepta con alegría y orgullo, pero, en rigor, sin tener verdadera noción de todo lo que implicarán en cuanto a descubrimiento, placer, ahondamiento en la belleza. Y eso fue precisamente lo que me ocurrió cuando respondí afirmativamente al pedido de Rodolfo Godino –transmitido por Lidia Vinciguerra- de que hablara hoy sobre su obra, en ocasión de la entrega de este Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía.
Por supuesto que me sentí profundamente honrada de que Rodolfo me eligiera a mí, cuando tantos poetas y críticos de la altura de Carlos Mastronardi, Basilio Uribe, Alberto Girri, Raúl Gustavo Aguirre, Javier Adúriz, Daniel Ponce, Pablo Anadón, Alejandro Patat y Ricardo Herrera han escrito admirablemente sobre él, así como alegre ante la perspectiva de volver a su poesía, sobre la que también he escrito en diversas ocasiones.
Pero lo que no medí fue el impacto interior que significaría releer casi de una sentada la totalidad de su poesía –o casi, pues volví a la incluida en Viaje favorable (1954-2004) y Asunto por asunto (2010)-, el regocijo estético, la sensación de encontrarme con nuevos niveles de significación en una obra que creía conocer y que, retomada después de casi treinta años de entrar en contacto con ella –porque leí por primera vez la poesía de Rodolfo, más concretamente Gran cerco de sombras, en 1982- no sólo me confirmó que Rodolfo es uno de los mayores poetas argentinos del siglo XX, sino que me deslumbró con nuevos destellos de sentido, de belleza y de ética de la escritura.
En efecto, una cosa fue ir conociendo uno tras otro los sucesivos libros que, tras el largo silencio que media entre Gran cerco de sombras de 1982 y A la memoria imparcial de 1995 fue publicando Rodolfo –de Centón (1997) a Lengua diferente (2004)- así como incorporar los que no conocía a través de la antología Curso del 82 y otra bien diferente releerlos todos juntos y casi, como señalaba, de una sentada en Viaje favorable y en el admirable reordenamiento que realiza el propio Rodolfo en Asunto por asunto. Si insisto en la diferencia es porque, más allá de la visión bastante clara que tenía de su obra, gracias a esta lectura advertí con más nitidez que nunca la profunda unidad que hay en su producción, tanto como las modulaciones de lo que podríamos llamar sus grandes preocupaciones –la reflexión sobre la poesía, la relación entre palabra y realidad, el valor de la memoria, la división entre la superficie del poema, que se quiere pulida y perfecta, y la oscuridad hirviente de la psique, la noción ampliada de realidad, el simultáneo terror y fascinación ante la materia, la presencia de la naturaleza, etc.- y las sutiles pero decisivas modificaciones de una poética marcada a fuego por el laconismo, el repudio de lo coloquial en sentido amplio y un trabajo obsesivo sobre la sintaxis.
En estas palabras, por necesidad breves, me propongo dar cuenta de esa simultánea percepción de unidad y modulaciones que me produjo la relectura de su obra, pero antes quiero señalar un par de factores que demuestran hasta qué punto es entrañable y cercana para mí a la poesía de Rodolfo.
La primera, tiene que ver con el hecho de que en dos ocasiones, en el contexto de un concurso, elegí, por admiración y coincidencia en cuanto a la concepción estética el libro que presentó. Un caso es público y notorio, ya que fui jurado de preselección en el Concurso del Diario La Nación de 1994 donde Rodolfo ganó con A la memoria imparcial votado unanimidad en las dos instancias del concurso: preselección y selección definitiva. El otro, secreto, porque casi 15 años antes también elegí Gran cerco de sombras entre los finalistas del premio de Mar del Plata, sólo que anónimamente, in pectore y sin incidencia alguna en el otorgamiento del premio, porque en este caso yo no era jurado sino Federico Peltzer, mi pareja de ese momento.
El segundo es menos literario pero no por ello menos significativo: también yo soy una “hija de Piscis” como diría Rodolfo, por lo que, sin duda, resuenan de manera especial en mí la música y las elecciones estético/temáticas de su poesía.
Yendo ahora a lo que he llamado las preocupaciones y rasgos centrales de la poesía de Rodolfo, creo que Pablo Anadón acierta admirablemente cuando la califica de poesía de meditación, en el sentido de poesía que “piensa el sentimiento y siente el pensamiento” que le da el poeta español José Ángel Valente. En efecto, Rodolfo no cae nunca en la anemia de la poesía que exclusivamente se limita a pensar –como es el caso de ciertos autores con los cuales se lo ha identificado erróneamente- sino que desde el comienzo de su producción y cada vez más acusadamente a partir de Elegías breves y, sobre todo, Ver a través, se permite el vuelo lírico y el temblor de la emoción, así como infundirle pasión a sus palabras, sin que ello implique ceder a los desórdenes y las trampas verborrágicas del sentimiento, sino haciéndolo a partir de una pasión por lo perfecto, que implica someter el mundo interior desbordado a la mediación entre pulsión e imaginación que implica todo poema, como lo afirma, de manera privilegiada, tanto en el “Arte poética” de Gran cerco de sombras como en el poema “Al censor” que abre A la memoria imparcial:
ARTE POÉTICA
El poema busca la mediación:
su móvil aura se anuncia
a la conciencia expandida.
Cuando el desorden refluye,
para encarnarse baja, tránsito
que no cambia ni redime:
sólo hunde la carga que transfiere. (129)
AL CENSOR
Es tan crítica la soledad
donde se cuecen
los signos personales y las rupturas
de la emoción, y tan grave
el decoro, tan torpe,
que el gesto de enviar
estos poemas abiertos
sólo quiere decir estoy vivo,
el escándalo mental encuentra límites
en la poesía, en la mesura
de razón e imaginación. (143)
Pero si el poema es esa instancia de mediación, la experiencia personal que constituye la materia del poema, está a su vez mediada por una distancia que garantiza el equilibrio y que en gran parte de su obra debe establecer, ante todo, la memoria, instancia a partir de la cual se aborda de forma privilegiada la experiencia, según ya está admirablemente anticipado en el poema “Regreso de sombras” perteneciente a su primerísimo producción que recién aparece en libro en el apartado Ensayos de Viaje favorable:
REGRESO DE SOMBRAS
No perdamos la distancia, memoria
que debes describir el leve ruido
de los convidados. (41)
Y, en efecto, en la totalidad de su producción la memoria ocupará un lugar de privilegio, en su carácter de encargada de traer la materia real al poema. Sin embargo, el cumplimiento de esa tarea no es una constante, ya que a partir de 1972 el poeta procura reemplazarla por la “mirada presente” que da título al libro de ese mismo año y que intenta sustituirla hasta A la memoria imparcial de 1995 -es decir, a lo largo de tres libros- como recurso para “preservar el mundo” en el poema, según se ve en el poema “Landscape” de La mirada presente
LANDSCAPE
La extraña ambición de preservar el mundo,
la fijación de rasgos
que incesantemente
son otros y contrarios,
oh ambigua cabeza de la princesa d’Este
sonriendo
en una iglesia solitaria.
Sujeto cambiante y débil instrumento
llevan al reino de la aproximación
donde soñando que una parte
representa al todo
siempre la constancia atrapa un matiz. (87)
Sin embargo, sin duda por la conciencia claramente manifiesta de la variabilidad del sujeto y la debilidad del lenguaje, esa mirada presente queda reemplazada en su obra posterior por la memoria, facultad que, a pesar de todo, no se idealiza, pues se reconocen –y desenmascaran- sus leyes traicioneras y engañosas, revelándola en su carácter de desvío de la mente, ficción compensatoria o fatal que burla toda disciplina, pero que más allá de eso, permite restaurar en su precariedad de impresión frágil y tamizada de emoción, la materia esquiva de la experiencia.
Ahora bien, que la memoria vuelva a recuperarse como factor capital para traer la materia de la experiencia a la poesía, implica una nueva valoración de ella, por la cual se la proclama abiertamente única instancia capaz de preservar el mundo, según se ve en el final del poema:
A CAMPO TRAVIESA
… (Milagro
sometido a lo real
retornando gracias a ti, memoria
protectora del alma, escudo). (218)
Asimismo, dicha recuperación determina simultáneamente que la poesía de Godino adopte un tono elegíaco que, si estaba presente casi desde el comienzo de su escritura, a partir de Elegías breves parece adueñarse de su poesía, sólo que ahora legitimado por el derecho inalienable de la edad, como lo dice en uno de los poemas de este libro, titulado “Convertido en algo que no tiene nombre en lengua alguna”:
Lo elegíaco –el manoseo de las sombras,
aquel sonido falso en el poema joven-
sopla, es real, después de los cincuenta (222)
Y si el tono se vuelve elegíaco y la mirada se dirige hacia un pasado que irá volviendo en cada libro con más peso y voluntad de revelación, lo que antes quiso ser una preservación del mundo ahora parece convertirse, ante todo, en un acuciante examen de conciencia del frágil y endeble sujeto poético. Porque si el sujeto que habla en los sucesivos libros de Godino se ha ido volviendo cada vez más impersonal y lábil y contradictorio –ese hijo de Piscis dividido, escindido en dos peces inconciliables y contrarios en la orientación de sus cuerpos- también está cada vez más fatalmente dispuesto a dejar salir esa verdad interior desprolija y culpable que ha mantenido a raya a lo largo de los años. Así, al cabo de libros en los que sólo se esboza algún poema amoroso –pienso en el hermoso “Amantes” de El visitante (1961)- en Ver a través comenzará a brotar la memoria del amor no sido, para componer, por fin, ese cancionero casi petrarquesco –como lo señaló atinadamente Alejandro Patat- que es Estado de reverencia. En él, el elemento erótico alcanza la densidad delicada y doliente de lo perdido que persiste y la palabra ya no actúa exclusivamente como hasta ahora, es decir como lo que preserva la experiencia, sino con una ambigüedad radical, ya que si por un lado es lo que la hace coagular y persistir:
La extraviada, la invisible
me envió en los años de la dispersión
un retrato de nuestra historia,
una carta donde lo escrito
era tan claro como el sentimiento. ( 278)
por otro, al quedar retenida, interrumpe la unión y la realidad de la experiencia, según lo dice, sesgada y bellamente, el comienzo de la serie de poemas “Estado de reverencia”:
I
Sujeta, impedida
mantuve en mi boca la palabra
que nos hubiera convertido,
la que debió orientar,
conducir
hasta los cuerpos desmañados
agua de unión. (287)
Recién califiqué de “sesgada” la expresión de Godino y creo que lo es, en el más alto sentido de la palabra, no sólo aquí sino en la totalidad de su obra. Porque desde el primero al último de sus libros hay en él una conciencia clara de que, como diría el filósofo francés Gilles Deleuze, escribir implica construir una lengua propia, que, en ese sentido, es una lengua extranjera dentro de la propia lengua; hacer vibrar la lengua materna de una forma tal que se aleje de su uso mayoritario, comunicativo, banal y se constituya en lengua menor, no en sentido peyorativo, sino en el de lengua vibrante por la emoción y el afecto.
La forma concreta en que Rodolfo hace vibrar la lengua, la carga de afectos, es imprimiéndole una torsión sintáctica personalísima, inconfundible, que convierte su dicción en una “dicción otra”, su lenguaje en ese “murmullo inmortal” por el cual se está dispuesto a cambia la vida, como se afirma en el “Arte poética” de Gran cerco de sombras.
Podría decir muchísimo más sobre la deslumbrante poesía de Rodolfo Rodino; podría extenderme en el análisis de sus estrategias para escribir desde el límite de todos los opuestos que convergen en su obra; para convocar la doble faz de la interioridad y el mundo, el peso insoportable de lo real y su gloria al presentarse como jardín o nube, para traer las figuras entrañables del pasado –el padre, la madre, la abuela- en poemas atravesados por el amor y la culpa, para exhibir la partición insoportable de la subjetividad. Prefiero, sin embargo, retornar a su palabra y leer, como cierre de mi intervención, uno de sus poemas donde me parece que brilla lo más entrañable de su voz poética y el fragmento final de otro, que siempre sentí como una confesión desgarradora y eufórica:
RIOBAMBA AL 1200
Por tener el corazón expuesto
-lo que muchas veces quiebra la garganta
y engendra opresión o induce al llanto-
quedé impedido junto al delgado tilo de vereda
en el primer día de octubre,
mes generador que abre
levísimos brotes, claras, casi líquidas hojas
que anuncian a quienes puedan ver y oír
los infinitos milagros que en pocas horas
comenzarán a caer sobre la tierra
CANCIÓN EN PISCIS
3
(…)
Agradeces y pagas
un tributo imparcial:
quienquiera que seas
las palabras te mutilaron,
te hicieron libre.